THE OBJECTIVE
Carme Chaparro

El peligroso viaje de un niño

Imagine que vuelve a ser niño otra vez, como esta chica de la fotografía. Imagine que para usted el mundo se acaba en los arrabales de su pueblo, y que su casa son los brazos de su abuela. La vida no es fácil, pero usted es un niño, así que tampoco sabe pensar en el futuro.

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El peligroso viaje de un niño

Imagine que vuelve a ser niño otra vez, como esta chica de la fotografía. Imagine que para usted el mundo se acaba en los arrabales de su pueblo, y que su casa son los brazos de su abuela. La vida no es fácil, pero usted es un niño, así que tampoco sabe pensar en el futuro.

Imagine que vuelve a ser niño otra vez, como esta chica de la fotografía. Imagine que para usted el mundo se acaba en los arrabales de su pueblo, y que su casa son los brazos de su abuela. La vida no es fácil, pero usted es un niño, así que tampoco sabe pensar en el futuro. Un balón, un poco de arroz o que lo abracen por las noches son regalos suficientes para que, al irse a dormir cada noche, lo haga sin miedo al mañana.

Sin embargo, un día su abuela lo entrega a unos desconocidos. Por mucho que usted llore, por mucho que se resista y patalee y muerda, esos hombres se lo llevan. Su rabia le impide ver el sobre con dinero –tanto como no creía que existiera junto- que ha cambiado de manos.

Y emprende un viaje. Atravesando pueblos, ciudades y países. Se les van uniendo personas, y una mujer buena y asustada les dice que todo saldrá bien, que se queden a su lado, que ella le protegerá. Pasa hambre, sed, sueño, frío. Le salen ampollas en los pies y heridas en las manos. Usted quiere llorar. Todo el rato. Pero se acuerda de su abuela: no llores, mi vida, no llores, demuestra que eres fuerte, vas a ver a tus papás.

Veinticinco mil menores solos –a menudo en manos de despiadadas mafias de tráfico de personas- cruzaron el año pasado la peligrosa frontera que separa México de Estados Unidos. Y para este año el Departamento de Seguridad Nacional calcula que la cifra se triplicará. Algunos van a reunirse con sus padres, con sus tíos, sus abuelos o cualquier familiar que ya esté al otro lado del progreso. Otros no tienen a nadie, sólo la esperanza de un futuro mejor escapando de la pobreza, las drogas y la violencia.

Unos pocos, como la niña sonriente de la foto, tienen suerte y llegan a su destino. Pero otros muchos, la mayoría, caen en manos de los agentes de fronteras, que los confinan en atestados centros para inmigrantes, donde les espera, casi con seguridad, la deportación a sus países de origen.

Cada vez son más. Y cada vez más niñas. Apenas adolescentes. Unos ochenta mil pequeños asustados lo intentarán este año, sólo en la frontera sur de Estados Unidos. Pero otros cientos de miles estarán esperando el momento en las decenas de fronteras que separan la pobreza del futuro. Incluida la que levantamos nosotros con mallas anti trepa y concertinas.

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