Cuéntame cómo reinó
Hace poco me contaban la historia de un señor de 76 años, que podría ser la de miles de españoles. Hijo de exiliados, hasta cumplir los 27 no pudo volver a España por culpa de Franco. Casado con una inmigrante, tuvo tres hijos, de los que sólo una tiene un puesto de trabajo.
Hace poco me contaban la historia de un señor de 76 años, que podría ser la de miles de españoles. Hijo de exiliados, hasta cumplir los 27 no pudo volver a España por culpa de Franco. Casado con una inmigrante, tuvo tres hijos, de los que sólo una tiene un puesto de trabajo.
Hace poco me contaban la historia de un señor de 76 años, que podría ser la de miles de españoles. Hijo de exiliados, hasta cumplir los 27 no pudo volver a España por culpa de Franco. Casado con una inmigrante, tuvo tres hijos, de los que sólo una tiene un puesto de trabajo y encima no le pagan. La hija mayor se divorció y todos los nietos viven de su asignación. El hijo pequeño sigue viviendo en casa y con él sus hijas y su mujer, que tampoco genera ingresos. Y para colmo, sus múltiples dolencias le han hecho inquilino habitual del quirófano. Para que luego digan que no es difícil ser rey.
Nuestra familia real parece la de Cuéntame cómo pasó, que todo les ocurre a ellos. Pero para continuar con el título de la popular serie de televisión, lo que debería importarnos de Don Juan Carlos no es cómo vivió sino como reinó. Resulta absurdo situar su mandato entre la cadera y el pubis.
La debilidad de la institución, provocada en gran medida por las andanzas de Urdangarin, ha envalentonado a aquellos a los que no interesa juzgar al yerno, sino condenar al suegro. Nacionalistas y buena parte de la izquierda autóctona restauran la bandera tricolor como si la república en España hubiera traído prosperidad alguna vez en la Historia.
Al abdicar, don Juan Carlos ha hecho el penúltimo servicio a su país. Y creo que no nos deja en malas manos. En la nueva familia real, los cuñados trincones no caben. Con Felipe VI se hace Borbón y cuenta nueva. Salvando la institución se preserva la estabilidad. Eso sí, el nuevo monarca necesita su propio 23 F. Y éste no puede ser más que la implacable acción de la Justicia en lo que salpica al duque que esconde.