"Tengo miedo a la felicidad"
Por más cuchillas, alambradas, palizas, piedras, zanjas y daño que queramos hacerles, sólo existe una explicación: la fuerza del hambre. Yo si sé lo que hay al otro lado. Yo si sé lo que les espera. Todos lo sabemos.
Por más cuchillas, alambradas, palizas, piedras, zanjas y daño que queramos hacerles, sólo existe una explicación: la fuerza del hambre. Yo si sé lo que hay al otro lado. Yo si sé lo que les espera. Todos lo sabemos.
No puedo olvidar la desesperación que sentí al ver frente a mis ojos todas aquellas personas saltando la valla de Melilla. Eran las siete de la tarde del 23 de Abril de 2014. Fue entonces cuando comprendí que es absolutamente imposible entender el sufrimiento ajeno desde el sofá de casa. No se puede.
La manera como nos llega la información, el tratamiento mediático que se hace de la barbarie es tan sesgado que nos aleja en vez de acercarnos. Diariamente en televisión vemos decenas de noticias, ordenadas extrañamente, preparadas para ser consumidas en escasos treinta minutos. Les llaman informativos.
Yo no soy periodista, no trabajo para ninguna cadena ni agencia de noticias. Soy una joven que ha viajado a Melilla y Marruecos para comprender qué diablos está pasando allí. El resultado ha sido un cortometraje documental titulado “Diario del Hambre”.
La necesidad de embarcarme en este viaje, fue gracias a muchas conversaciones compartidas con Rafa Montilla, amigo y productor ejecutivo del documental, y por la iniciativa de Héctor Ayuso, director del Festival OFFF Let’s Feed the Future. Héctor nos invitó a participar en la edición de este año, con una película libre que reflexionara sobre un tema: el futuro. Automáticamente supimos que debíamos desplazarnos a la frontera.
Oigo decir a mucha gente “todos perseguimos un futuro mejor”. Lamentablemente, no es lo mismo. Por más cuchillas, alambradas, palizas, piedras, zanjas y daño que queramos hacerles, sólo existe una explicación: la fuerza del hambre.
Recuerdo perfectamente el día que nos adentramos en el Monte Gurugú, en Marruecos. Miles de personas, procedentes de distintos países de África, se instalan en ese bosque para pasar los días, los meses y los años hasta que deciden saltar la valla. Aquel lugar es la triste miseria. Todavía siento aquel silencio tenso y la multitud de miradas temerosas observándonos a la espera de nuestra ayuda.
Jamás se me borrarán cada una de las palabras que confesaron frente a nuestra cámara. Uno de los testimonios, mi querido Abu, nos dijo que todos sentían un profundo miedo, a todas horas y más aún al caer la noche.
Miedo a la violencia de la policía, miedo a ser devueltos a sus países, miedo a la crueldad de la valla y miedo a descubrir que ese lugar soñado no existe.
Sus palabras textuales fueron: “Tenemos miedo a la felicidad. Es un miedo que procede de lo más profundo de nosotros mismos, porque tememos entrar en España y que todo lo que hemos hecho sea un fracaso”.
Cada vez que lo oigo, me quedo muda, helada, porque yo si sé lo que hay al otro lado. Yo si sé lo que les espera. Todos lo sabemos.
A los que leáis estas breves reflexiones, ¿vamos a aceptar esta tragedia? La magnitud del tema impone, lo sé. Y cambiar el mundo es difícil. Pero por poco que sea, podemos hacer algo. ¿Queremos?