Cuántas bellezas debemos al césped
El césped siempre será más elegante que las flores, siquiera sea por la razón de Betjeman: cada vez que miro un rododendro, creo ver a un agente de bolsa.
El césped siempre será más elegante que las flores, siquiera sea por la razón de Betjeman: cada vez que miro un rododendro, creo ver a un agente de bolsa.
El césped siempre será más elegante que las flores, siquiera por la razón a la que alude John Betjeman: “cada vez que miro un rododendro, creo ver a un agente de bolsa”. Plantar césped y hacerle cada día la manicura ha tenido desde antiguo algo de delicia inútil, de sacrificio en el altar de la poesía. Cierto manual dieciochesco, por ejemplo, recomienda a los jardineros la delicadeza de abonar las praderas “muy temprano, para que los vapores putrescentes no ofendan” la nariz “del propietario y sus amigos”. Por aquel entonces, las praderas se cortaban a guadaña, pero la primera cortadora –allá por el siglo XIX- no dejaría de hacer su aportación a la belleza: es la estampa de aquellos caballos que, con las manos enguantadas en fundas de cuero, tiraban de la máquina.
Tan chic como su propio “lawn”, nacido a la orilla del mar, Wimbledon iba a tener el gesto de sustituir los caballos por ponies. Es una de esas excentricidades propias de un lugar tan reverente que imponía un respeto hasta al airado McEnroe, y que aún nos lleva a la edad de gloria del “sport”: si el tenis triunfó fue por requerir poco espacio, por resultar ideal para el flirteo y por aportar una ambientación inmejorable para el té. Por supuesto, también contribuyó a su arraigo poner en olvido el nombre original de “sphairistike”.
Hubo un tiempo de franelas blancas en que Suzanne Lenglen se paseó con sus pieles por el club y el vasco-francés Borotra marcó un hito de apostura. Para entonces había ganado el torneo incluso un párroco anglicano, y ya empezaban a comprobarse las pistas con las mozas que pelotean durante media hora como para honrar una lírica del deporte. Viejo y nuevo Wimbledon, inmutable como la lluvia que interrumpe los partidos: desde luego, las deportistas ya no aparecen en los marcadores como “señoras de”, pero la media tarde del tenis todavía es el mejor pretexto para beber Pimm’s por galones. Mejor con rodaja de pepino. Sí, cuántas bellezas debemos césped.