Me voy a morir
Es recomendable conocer de primera mano la opinión de un experto cuando se habla de estrés. A mi me lo hizo entender uno de los mejores psiquiatras del mundo, el Dr. José Luís González de Rivera. Se trataba de un estrés postraumático.
Es recomendable conocer de primera mano la opinión de un experto cuando se habla de estrés. A mi me lo hizo entender uno de los mejores psiquiatras del mundo, el Dr. José Luís González de Rivera. Se trataba de un estrés postraumático.
Es recomendable conocer de primera mano la opinión de un experto cuando se habla de estrés. A mi me lo hizo entender uno de los mejores psiquiatras del mundo, el Dr. José Luís González de Rivera. Se trataba de un estrés postraumático. Por diferentes razones. Me enseñó que la clave para superar una situación de estrés, que no se supera sino que se asimila, radica en entender lo que te está pasando, aceptar tus sentimientos, ya sean de rabia, pena, alegría…, y aprender a convivir con ellos. No resulta fácil.
Era un día de verano, con calor sofocante, llegando al campo de refugiados de Mugunga , en el antiguo Zaire. Entre cientos de cadáveres, muchos de ellos envueltos en esteras de paja y atados por los pies y la cabeza, estaba un ciudadano dentro de una de estas esteras. Tenía el “atado” ya hecho a la altura de los pies pero estaba con los codos apostados sobre la tierra. Y la cabeza apoyada sobre las manos mirando pasar al resto de refugiados que caminaban sin rumbo. Le hice una fotografía, pidiendo permiso con la mirada. Me miró con calma y con paz. No parecía enfermo en medio de aquel brutal brote de cólera que mató a decenas de miles de personas. Me acerqué y le pregunté de dónde venía y qué hacía entre los cadáveres. “Soy de Ruhengueri y me voy a morir. Estoy débil. Ya no tengo nada”, me dijo con absoluta calma. Ni se quejó ni pidió. No supe qué decir, seguí mi camino sin ser consciente de lo que estaba viviendo. Este señor había aceptado no sólo su destino, también sus sentimientos. Y había decidido mostrarse sereno ante ellos. Debería estar estresado, pero no.
Al mismo tiempo, años 90, en España, comenzaba a aparecer el estrés casi como un síntoma de distinción social. Eran los años de los yupis, de los triunfadores. El estrés pasó a formar parte del “postureo” del momento. Más estresado, más importante eras. Pero era un autodiagnóstico. No válido. Repite hasta la saciedad una mentira y la acabarás convirtiendo en verdad.
Máximo respeto al que de verdad sufre estrés, pero cuidado con aquél que lo utiliza en su beneficio. Porque en el enfermo real se restringe el flujo sanguíneo, pero en el enfermo imaginario se restringe a sí mismo. Se restringe su forma de relacionarse, de comunicarse, de interactuar, de participar, de vivir. Y atonta.
Si me dan a elegir, me quedo con el ciudadano de Ruhengueri, que sabía quién era y dónde estaba. Y lo aceptó.