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Turismo alternativo

Como cada verano, este verano nos encontraremos al que vuelve de China y resume en una frase –»China es sucia»- sus impresiones de una civilización de refinamiento milenario.

Opinión
  • Madrid, 1980. Periodista y escritor, autor de Pompa y circunstancia. Diccionario sentimental de la cultura inglesa y de La vista desde aquí. Una conversación con Valentí Puig. Ha sido durante cinco años asesor en Presidencia del Gobierno. En la actualidad, es director del Instituto Cervantes de Roma.

Como cada verano, este verano nos encontraremos al que vuelve de China y resume en una frase –»China es sucia»- sus impresiones de una civilización de refinamiento milenario.

Michel de Montaigne se encerró en una torre, Unamuno volvió de París con grandes alabanzas hacia la sierra de Gredos, y Kant logró ser Kant sin alejarse cien millas de la estricta naturaleza de Königsberg. Valga la estirpe de emboscados para señalar que, de entre las muchas coartadas que existen para viajar, la de que viajar nos hace más sabios no resulta del todo sostenible. Con los viajes ocurre lo que decía Lichtenberg de los libros: un mono no puede mirar su reflejo en ellos y esperar ver a un apóstol.

De la misma manera, el vacuo seguirá siendo un vacuo aunque vaya a la Península Arábiga a buscar «experiencias extremas» -como la decapitación ritual-, o peregrine al Tibet en pos de la autenticidad de aquellas buenas gentes, sólo para encontrarse, en el mejor de los casos, con que los monjes budistas le preguntan por Messi o, en el peor, con una diarrea agónicamente terminal a quinientos kilómetros del dispensario más cercano. En lo que respecta al viaje como terapia contra la cortedad de espíritu, todavía no hemos sabido de ningún nacionalista de Ripoll o del Quebec que pidiera la baja tras pasar la luna de miel en Honolulu.

Como cada verano, este verano nos encontraremos al que vuelve de China y resume en una frase –»China es sucia»- sus impresiones de una civilización de refinamiento milenario. Quizá sin embargo sea peor la ligereza de quien viaja por conocer –sic- otras culturas, como si los indios tungalunga tuvieran equivalentes sustantivos a minucias occidentales como la aspirina, la seguridad jurídica o la polifonía barroca. Curiosamente, la cultura parece no valer para nada salvo para darse pretensiones, como si uno no pudiera viajar con el benéfico pretexto de pasearse. Luego ocurre que el turista alternativo huye de occidente para redimirse abrazando al buen salvaje y el buen salvaje, por supuesto, le roba el reló. Dichosos aquellos que vuelven a la tierra de sus padres.