THE OBJECTIVE
Melchor Miralles

Esperanza

Meriam tiene la mirada perdida. Preciosa pero perdida. Pero no en el horizonte. Está clavada en el suelo. Meriam Ibrahim ha parido con las piernas encadenadas, paradigma de su vida. Es perseguida por ser cristiana.

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Esperanza

Meriam tiene la mirada perdida. Preciosa pero perdida. Pero no en el horizonte. Está clavada en el suelo. Meriam Ibrahim ha parido con las piernas encadenadas, paradigma de su vida. Es perseguida por ser cristiana.

Meriam tiene la mirada perdida. Preciosa pero perdida. Pero no en el horizonte. Está clavada en el suelo. Meriam Ibrahim ha parido con las piernas encadenadas, paradigma de su vida. Es perseguida por ser cristiana. La condenaron a muerte pero por ahora ha salvado el pellejo. En Sudán, y en tantos otros lugares, los cristianos están mal vistos, van a por ellos, y son objeto de una persecución injusta e intolerable.

Escribo estas líneas desde el Salado, un lugar perdido de Colombia, en medio de la nada, donde no persiguen a los cristianos, pero en el que la persecución, la violencia y la muerte forman parte del paisaje desde hace décadas. Le he enseñado la foto de Meriam a Rosa, una campesina fuerte y curtida, con unas manos cargadas de biografía. Y con enorme serenidad y una mirada fuerte y dolorida me ha dicho: «Fíjate en el color de su vestido. Verde. Esperanza. Es fuerte esa mujer. Si ha salvado la vida y ha parido atada como una res, tiene coraje. Y mientras tenga coraje hay esperanza. Esta es una mujer muy peleona».

Si. Seguro que Meriam es una mujer de raíces. A pesar de que en la imagen de AFP se le ve la mano izquierda floja, algo caída, cansada, sostiene bien a su hija. Se pregunta Meriam si la cría necesitará ayuda para andar. La respuesta es sí. Necesitará ayuda para andar la vida, que pinta oscura para ella. Porque igual que persiguen a su madre le van a perseguir a ella. Por ser ciristiana y por ser mujer. Pero hay esperanza. Como la hay aquí, en El Salado, catorce años después de la última masacre salvaje. Y la hay porque aquí, y en Sudán, y en tantos sudanés y salados que pueblan nuestra tierra, hay seres humanos corajudos, mujeres y hombres berraqueros que dicen en Colombia, con raíces, dispuestos a pelear, y otros que llegan dispuestos a echar una mano para salir del agujero. Hay esperanza y cada mañana sale el sol, aunque para los nadie de la tierra parezca que la sombra de la noche oscura es eterna.

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