Miedo al distinto, miedo al igual
Los pobres, en la calle, protestan por la llegada de otros más pobres con quienes tendrán que compartir el mercado laboral no cualificado. Lo hacen con carteles contra la ilegalidad. Lo hacen enarbolando la ley porque saben que a ellos los pobres solo la ley los protege.
Los pobres, en la calle, protestan por la llegada de otros más pobres con quienes tendrán que compartir el mercado laboral no cualificado. Lo hacen con carteles contra la ilegalidad. Lo hacen enarbolando la ley porque saben que a ellos los pobres solo la ley los protege.
Quieren impedir la llegada de dos autobuses con inmigrantes ilegales latinoamericanos. La policía los quiere alojar cerca de los hogares de los manifestantes en el sur de California. A la espera de sus trámites de expulsión. Pero todos saben que es improbable que se cumpla esta ley. Y que la gran mayoría de los capturados, una vez sean liberados, eludirán la deportación.
Quienes se manifiestan no son miembros de las clases medias o altas de una región tan rica como son los condados del sur de California. Ellos apenas ven a los unos y a los otros, a los manifestantes y a los ilegales, cuando les arreglan el césped, les sirven gasolina o cargan la compra en el coche. Quienes se manifiestan son los pobres. Contra otros que llegan a disputarles esa condición. Son algunos blancos de origen europeo, pero son sobre todo norteamericanos descendientes de los perdedores en las guerras del pasado entre México y EEUU. Pero también descendientes de inmigrantes ilegales. Incluso inmigrantes ilegales de antaño. Son los directamente amenazados en su vida, en su trabajo y en sus ingresos, por la llegada de la nuevas hornadas de mano de obra al peso. Siempre fue así.
Los pobres, en la calle, protestan por la llegada de otros más pobres con quienes tendrán que compartir el mercado laboral no cualificado. Lo hacen con carteles contra la ilegalidad. Lo hacen enarbolando la ley porque saben que a ellos los pobres solo la ley los protege. Demandan que la inmigración se haga de forma legal. Aunque muchos de ellos llegaran ilegalmente en su día. Como demandan que los trabajos sean siempre legales y declarados al fisco, cuando muchos de ellos trabajan en la economía sumergida. Sin embargo, todos estos manifestantes revelan que son un cuerpo social que, con todas sus contradicciones, defiende las leyes del país que en su día les acogió. Y demuestra que, como han hecho siempre los norteamericanos desde que fundaron aquella grande, insólita y admirable nación, llegados de todos los rincones del globo, su primera lealtad es a las leyes de la nación elegida.
A Europa llegan millones de inmigrantes que en su mayoría no dejan de ser nunca un cuerpo extraño. Que décadas después de llegar no saben el idioma del país de acogida. Que no tienen la más mínima relación emocional con la tierra de acogida, con sus leyes y su historia. Salvo cuando tienen una actitud victimista y rencorosa hacia la tierra anfitriona por motivos históricos o religiosos. O ambos.
Los americanos que piden el respeto de la ley en su frontera no son peores personas que quienes pretenden en España que se violen por sistema las leyes y las fronteras para que entren todos lo inmigrantes ilegales que lo pretenden. Y que defienden la aceptación permanente de inmigrantes que vinculan su primer éxito en el país anfitrión con la violenta violación de sus leyes. Quienes esto hacen en España no son ni siquiera en su mayoría inmigrantes, sino españoles movidos por razones ideológicas.
En Europa cada vez son más poderosos los grupos de presión contra el cumplimiento de las leyes. Muchas veces son ya partidos políticos con representación parlamentaria. Son quienes no se dan cuenta de que, promoviendo que su patria viole las leyes, intenta acabar con la principal diferencia que hay entre el país soñado por el inmigrante y el suyo de procedencia. Todos ellos huyen de Estados fracasados y miserables, precisamente porque no existe el Estado de Derecho, porque no hay unas leyes que rigen para todos.
En Estados Unidos hasta el más pobre recién llegado percibe la importancia de cumplir las leyes. Porque son consideradas y valoradas como las garantías de protección del Estado hacia el más débil. Y porque el Estado, aunque a veces le cueste cumplir, nunca tolera se cuestione su papel de imponer ese cumplimiento. Y demuestra todos los días que en cumplimiento con ese mandato de los ciudadanos que son su razón de ser, los violadores de las leyes no quedan impunes.