La galaxia envejecida

Las leyes de la física y el paso del tiempo están dejando estéril a la galaxia Messier 106. Los gases que forman las nuevas estrellas se escapan, una huida en tintes violetas y azules imposibles, unos fuegos de artificio que se prolongarán por 300 millones de años más.

En los jardines a orillas del Río Este, en Nueva York, se oyen esos suspiros reservados sólo a momentos de exaltación y alborozo. Las luces rojas, blancas y azules de la pirotecnia del 4 de Julio iluminan las caras de los centenares que se han acercado a ver cómo el Puente de Brooklyn se viste de fuegos para la celebración. Muchos graban con sus teléfonos el baile de colores entre los destellos del cielo y los reflejos del río y aguardan pacientes a esas últimas detonaciones, más espectaculares y más atronadoras, que retumban en los oídos y en el estómago, y dejan una satisfecha sensación de cierre a los festejos. Pero es en la lejana lobreguez del firmamento todavía humeante donde otros majestuosos fuegos de artificio tienen lugar, y que convierten a los del Día de la Independencia en diminutos petardos, como aquéllos que usábamos de niños para asustar a nuestras hermanas o celebrar las victorias del fútbol.

Las leyes de la física y el paso del tiempo están dejando estéril a la galaxia Messier 106. Los gases que forman las nuevas estrellas se escapan, una huida en tintes violetas y azules imposibles, unos fuegos de artificio que se prolongarán por 300 millones de años más. El tiempo ha esculpido el universo con destreza admirable de artesano, creando mundos jamás imaginados por la más audaz ciencia ficción, y es sólo ahora, en esta era de notables descubrimientos, que los podemos contemplar y estudiar. En esta historia del universo y del tiempo, que, como bien dice el profesor Brian Cox, también es la nuestra, 238 años de próspera independencia de los Estados Unidos de América han sido, no más, un fugaz parpadeo