Descenso a los infiernos
El fútbol tiene la virtud de la ceguera selectiva: a través de él uno ve lo que quiere y discrimina lo demás. Maquilla la realidad. La colorea a su antojo permitiéndose el lujo de postergar las miserias cotidianas. Salvo cuando el propio fútbol se convierte en un infierno y ya no hay placebo que permita olvidarlo.
El fútbol tiene la virtud de la ceguera selectiva: a través de él uno ve lo que quiere y discrimina lo demás. Maquilla la realidad. La colorea a su antojo permitiéndose el lujo de postergar las miserias cotidianas. Salvo cuando el propio fútbol se convierte en un infierno y ya no hay placebo que permita olvidarlo.
El fútbol tiene la virtud de la ceguera selectiva: a través de él uno ve lo que quiere y discrimina lo demás. Maquilla la realidad. La colorea a su antojo permitiéndose el lujo de postergar las miserias cotidianas. Salvo cuando el propio fútbol se convierte en un infierno y ya no hay placebo que permita olvidarlo. Entonces es una nebulosa oscura que fagocita lo demás. Así se encuentra Brasil, a quien no le ha expulsado Alemania de su Mundial sino un tremendo tsunami capaz de aniquilar con solo siete patadas el orgullo de un país y eso no se digiere fácilmente.
Es como recibir en casa sabiéndote un excelente anfitrión y que los invitados te echen en el plato principal. Pero esto no explica que la decepción corra en navajazos por las calles. Que prenda la mecha de la ira y arrase autobuses o cargue las pistolas de la autoridad o de los hinchas. Si bien la derrota desata emociones negativas, tan peligroso resulta no ponerles límite en lo personal –se me ocurren decenas de motivos peores para deprimirse- como alentar el contagio colectivo. Porque la agresividad es una espiral difícil de embridar cuando se desata.
A veces eres capaz de estrujar al compañero de grada en un abrazo; darías una mano por el gol del desempate y la vida por el Mundial. Amas al de tus mismos colores y odias al enemigo a muerte. Pero esa visceralidad ciega no conduce a ningún sitio, mas que a retroalimentar la amargura de la derrota. He escuchado alabar la contención de los alemanes ante el triunfo; debe de ser porque un pueblo mediterráneo como el nuestro envidia la mesura que nos falta. Llora, Brasil, sin violencia ni aspavientos. Ya lo hicimos antes nosotros, entre la incredulidad y la vergüenza.