Soñar y hacer soñar
El miedo no viaja en la penumbra, y las tempestades no impiden la llegada de los secretos. El paso del tiempo ha acabado con esta emoción, con las copias únicas, con los mensajes que, si no llegan en ese momento, nunca lo harán.
El miedo no viaja en la penumbra, y las tempestades no impiden la llegada de los secretos. El paso del tiempo ha acabado con esta emoción, con las copias únicas, con los mensajes que, si no llegan en ese momento, nunca lo harán.
Ahí estaba, a finales del S. XIX, de pie, esperando, mientras un tipo de pelo canoso tecleaba a una velocidad vertiginosa, paseando los dedos por el teclado con nerviosismo, convirtiendo la máquina de escribir en una especie de gramola rítmica, que no entiende de tonos. El viejo, de cuando en cuando, levanta una mano del teclado para sujetarse los anteojos y, después, secarse el sudor de la frente. Él, mientras tanto, mira el reloj, y se calla los segundos que pasan para no sobresaltar al copista, para evitar la imagen dolorosa en la que arranca la hoja errónea con rabia, la tira a la basura, y empieza de nuevo.
Cuando termina, dobla el mensaje, por supuesto con un pliegue asimétrico y acelerado, lo sella con un medallón de lacre rojo sangre, y se lo entrega a él, ya impaciente por guardárselo en el bolsillo y salir corriendo a lomos de su caballo. El secreto vuela atado a su cintura, con el viento agitando las crines del animal, y también su pelo. Mira a los lados, al frente, y de nuevo a los lados. Tictac. Tictac. Llega, entrega el mensaje, y por fin respira.
Ahora, esto se ha perdido. Los latidos acelerados del corazón del joven ya no se entrelazan con los de su caballo. El miedo no viaja en la penumbra, y las tempestades no impiden la llegada de los secretos. El paso del tiempo ha acabado con esta emoción, con las copias únicas, con los mensajes que, si no llegan en ese momento, nunca lo harán.
Conocemos estas escenas a través de testimonios, de novelas, de películas, pero no las vivimos y tampoco las viven otros. Las encontraremos en esos mundos posibles creados por el ingenio maravilloso de los escritores, de aquellos que tienen la virtud de imaginar, y de hacer creer. Porque contar lo que uno ve es emocionante y complicado. Pero contar lo que uno imagina y hacer vibrar con ello es… soñar y hacer soñar.