El Sol es Dios
Uno parece que camina por las calles en busca de sus rayos, y cuando empiezan a salir de entre las nubes, los de aquí comparten sonrisas y un entusiasmo real, como si recibieran un regalo ansiado por tanto tiempo
Uno parece que camina por las calles en busca de sus rayos, y cuando empiezan a salir de entre las nubes, los de aquí comparten sonrisas y un entusiasmo real, como si recibieran un regalo ansiado por tanto tiempo
Hace mucho que no veo un cielo completamente despejado. Me refiero a esos días de verano en los que no hay nada de nada en el cielo, ni brumas, ni nubes, ni calinas en el horizonte o al final de la mar, solamente el Sol colgando sobre un fondo azul de lapislázuli. Los que hemos sido bendecidos con crecer en la costa, vemos esos días como un motivo de éxodo hacia las playas, muchas veces en busca de las calas casi privadas que solo los de allí saben su nombre, otras veces de proporciones un tanto bíblicas como en esta foto —no apta para agorafóbicos— de la ciudad de nombre soberbio, Salinópolis.
Digo que tengo olvidados esos días porque, en estas latitudes inglesas, los cielos despejados son ‘rara avis’, y habitualmente la luz del Sol llega como tamizada por las nubes grises que surcan de un lado al otro el país. Uno parece que camina por las calles en busca de sus rayos, y cuando empiezan a salir de entre las nubes, los de aquí comparten sonrisas y un entusiasmo real, como si recibieran un regalo ansiado por tanto tiempo. Aquí el Sol es huidizo y danza siempre con las nubes, en unos bailes de luces que pintan claroscuros en las fachadas góticas de Pugin y en las colinas y valles del Lake District, recreados tantas veces por los pintores paisajistas ingleses.
En los cuadros de Joseph Mallord William Turner, iluminando a veces el Támesis al atardecer o la altamar de las batallas históricas y los naufragios, el Sol toma forma como nunca antes en la pintura británica, y la sociedad del Romanticismo inglés cae rendida ante la maestría del pintor y los contrastes de luces repletos de simbolismo. En los últimos años de Turner, pintar la luz del Sol y la manera en que envuelve la vida se volvió una obsesión y un acto si cabe de reverencia e incluso redención. La luz todo lo inunda y es protagonista absoluta en sus últimas obras. El Sol ya no se esconde tras las nubes, y aparece como una fuerza que hace que puentes o trenes o mares no sean más que reflejos y sombras en huida. Dice Ruskin que Turner, en sus últimos días, al final de una búsqueda que le ocupó toda la vida, se paraba a contemplar los atardeceres ingleses y murmuraba: ‘The Sun is God’.