Perdérselo todo
Uno sabe adónde mirar muy pocas veces porque levantar la vista de nuestros móviles u ordenadores portátiles nunca ha sido tan difícil como ahora. Y abstraerse de la dinámica antipersona de horarios, redes, prisas e información 24 horas tiene mucho de reto por conquistar.
Uno sabe adónde mirar muy pocas veces porque levantar la vista de nuestros móviles u ordenadores portátiles nunca ha sido tan difícil como ahora. Y abstraerse de la dinámica antipersona de horarios, redes, prisas e información 24 horas tiene mucho de reto por conquistar.
Ayer la Superluna nos impidió ver las Lágrimas de San Lorenzo, la lluvia de estrellas más importante del verano. Y yo me acordé de la frase que una amiga escribió en un separador de mi carpeta de instituto cuando las dos lidiábamos con la adolescencia y que sigue ahí, levitando en el tiempo y en el espacio: “Si lloras por haber perdido el Sol, las lágrimas te impedirán ver las estrellas”. Es un fragmento de los “Pájaros perdidos” de Rabindranath Tagore, y ayer volvió a aparecer.
La Superluna y la lluvia de estrellas coincidieron anoche y con tanto brillo y semejante tamaño flotando en la negrura, uno no sabía muy bien adónde mirar. Pero en realidad uno sabe adónde mirar muy pocas veces porque levantar la vista de nuestros móviles u ordenadores portátiles nunca ha sido tan difícil como ahora. Y abstraerse de la dinámica antipersona de horarios, redes, prisas e información 24 horas tiene mucho de reto por conquistar.
Dicen que la lluvia de meteoros también podrá verse hoy y mañana si miramos atentos al cielo. Atentos, es decir, sin desviarnos en ninguna de las múltiples distracciones que pasan por nuestra cabeza minuto a minuto. En realidad creo que todo puede esperar. Y la Luna, aunque no sea en tamaño súper, está ahí todas las noches. Solo es cuestión de tenerla presente y de verla además de mirarla. Porque si no lo hacemos (y ahora aparece otra vez el Tagore de la carpeta) puede que lleguemos a llorar de verdad no por habernos perdido el Sol -o la Luna- sino por habérnoslo perdido absolutamente todo.