THE OBJECTIVE
Ignacio Peyró

El tai-chi de los viejos

Cervantes escribió el Quijote cuando ya no le quedaban ni dientes ni esperanzas, Reagan aspiraba a octogenario al caer el Muro y Miguel Ángel alzó sobre su edad provecta una cúpula en San Pedro.

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El tai-chi de los viejos

Cervantes escribió el Quijote cuando ya no le quedaban ni dientes ni esperanzas, Reagan aspiraba a octogenario al caer el Muro y Miguel Ángel alzó sobre su edad provecta una cúpula en San Pedro.

Cervantes escribió el Quijote cuando ya no le quedaban ni dientes ni esperanzas, Reagan aspiraba a octogenario al caer el Muro y Miguel Ángel alzó sobre su edad provecta una cúpula en San Pedro. Velázquez se va con Las Meninas, y Tiziano, “con ahínco de amor y de trabajo”, descifra, ya maduro, el cuerpo de una ninfa.

A la inversa, el mito del artista adolescente conoce hoy mutaciones sucesivas, del estadista yogurín a los triunfitos de la canción ligera o el respetable paterfamilias que –de tanta presión- se infarta cualquier domingo al posar de “runner”. No falta el cuarentón que imita el vestir del hijo adolescente ni tanto soltero buscador de la atemporalidad en el paraíso de los hipsters. En fin, asusta pensar que David Bustamante ya nos vaya a acompañar toda la vida, aunque sólo sea porque las arrugas han dejado de ser condecoraciones.

Que la juventud haya pasado de mal transitorio a canon absoluto es algo que tenemos ahora en casa cada día, con el niño que tiraniza la televisión y se postula para la cabecera de la mesa. Dista una generación entre aquella niña que hurtaba el pintalabios de la madre y esa otra que le presta sus vaqueros. A los ancianos, mientras, se les obliga a una hiperactividad de clases de internet o de tai-chi: de pronto, vemos que hay prejubilados a los 55 o los 60, esa edad en que cualquier inteligencia ha cuajado en experiencia. Por el contrario, había no poca verdad en la intuición de que, cuanto más pertenecemos al tiempo, más sabios somos. Es el sol “que demora su esplendor cercano del ocaso”.

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