Del Destripador a Rotherham
Los crímenes de Jack el Destripador provocaron una reacción unánime en Gran Bretaña: el asesino no podía ser inglés.
Los crímenes de Jack el Destripador provocaron una reacción unánime en Gran Bretaña: el asesino no podía ser inglés.
Cada uno ha de buscar fuera lo que le falta dentro, y quizá por eso Francia importó de Inglaterra el concepto de «humor» e Inglaterra de Francia la noción de «policía». El intercambio iba a tener un éxito parcial: desde luego, no pobló de soles y sonrisas las novelas de Mauriac, pero todavía hoy algo se activa en el neocórtex del europeo medio cuando escucha las dos palabras de «Scotland Yard». Será que la policía británica consiguió convertirse en una de las instituciones de mayor prestigio y respetabilidad del mundo sin más armas que un silbato y un cuaderno.
Scruton recrea muy bien la admiración por esos «bobbies» que nuestro Bertrán Soler, allá en el XIX, llamó «polismanes»: «los niños acudían a ellos cuando se perdían; los forasteros les pedían indicaciones, y todo el mundo los saludaba con una sonrisa». Quizá la estampa parezca un poco sacarosa, pero aquellos «ciudadanos en uniforme» eran, como vio Ochoa, «una fuerza exclusivamente para el bien».
Había motivos para creerlo. En general, tendemos a ver a las fuerzas de seguridad como garantes de nuestras libertades: rara vez los consideramos como encarnación de la Justicia, como recordatorios caminantes de una legalidad que abona una narrativa con derechos y deberes, buenos y malos, premios y castigos. Sin embargo, ahí radicaba el prestigio de los «bobbies»: en representar «la bondad esencial de la ley».
Sus problemas, en consecuencia, han venido cuando se ha enturbiado la integridad de esa representación. A finales del XIX, los crímenes de Jack el Destripador provocaron una reacción unánime en Gran Bretaña: un asesino tan espantoso, se dijo, no podía ser inglés. Tanto tiempo después, en el caso de Rotherham, ha existido, en sentido contrario, igual cantidad de prejuicio racial. Ayer y hoy, las consecuencias fueron las mismas: las investigaciones se obturaron. Y la lección sigue siendo idéntica: si existe el imperio de la ley es, entre otras cosas, para librarnos de ese despotismo que es la corrección política del día.