El asteroide pasó de nosotros
La roca espacial no tiene nada de especial. Mide veinte metros y ha pasado rozando la Tierra. Apenas a 40.000 kilómetros, que en distancias astronómicas viene a ser lo que separa Cataluña y Andorra. O sea, nada.
La roca espacial no tiene nada de especial. Mide veinte metros y ha pasado rozando la Tierra. Apenas a 40.000 kilómetros, que en distancias astronómicas viene a ser lo que separa Cataluña y Andorra. O sea, nada.
La roca espacial no tiene nada de especial. Mide veinte metros y ha pasado rozando la Tierra. Apenas a 40.000 kilómetros, que en distancias astronómicas viene a ser lo que separa Cataluña y Andorra. O sea, nada. Que se lo digan a Jordi Pujol, capaz de mantenerse con un pie en cada una durante treinta años.
El pedrolo cósmico vaga por el espacio y nuestro interés por él se limita a que no tenga la mala ocurrencia de estrellarse en nuestro Planeta. Eso sería un fastidio. El choque equivaldría al de una de esas bombas que cada día ya caen a millares por distintos lugares del mundo. Además, provocaría miles de muertes violentas, como las que a diario se producen en decenas de países. La consecuencia inmediata sería la propagación de hambrunas y epidemias, como las que ya asolan buena parte del globo. Y lo que es peor aún, daños medioambientales irreparables, como los que desde hace años se vienen produciendo sobre la superficie terrestre.
Afortunadamente, el asteroide ha pasado de largo. Ha pasado de nosotros. Siempre he creído que lo mismo harían seres de otras civilizaciones planetarias, en caso de existir. Recalar en la Tierra sería demasiado arriesgado. Dice el sabio Arsuaga, el antropólogo que desde Atapuerca nos desvela lo brutos que fuimos hace milenios, antes de ser tan primitivos como ahora, que lo más extraño de un humano para un visitante alienígena sería su nariz. Somos la única especie que tiene un apéndice nasal prominente. Es lógico. Nuestro pasatiempo favorito es tocarle las narices al resto. Ciscarnos en el prójimo y cargarnos el Planeta son aficiones que practicamos con fruición. No necesitamos la ayuda de ningún asteroide para acabar nuestro mundo. Nos apañamos bien solos.