Violencia
Se le sale la tristeza, la rabia y el cansancio a borbotones por el blanco de los ojos, unos ojos pequeños llenos de cosas que van perdiendo la luz cada día que pasa.
Se le sale la tristeza, la rabia y el cansancio a borbotones por el blanco de los ojos, unos ojos pequeños llenos de cosas que van perdiendo la luz cada día que pasa.
Se le sale la tristeza, la rabia y el cansancio a borbotones por el blanco de los ojos, unos ojos pequeños llenos de cosas que van perdiendo la luz cada día que pasa. Su cuerpo descansa tendido en una alfombra verde -esperanza- esperando a que los que deberían enseñarle a vivir dejen de matar y a que, cuando lo hagan, a él no se le haya hecho demasiado tarde.
Pero se le está haciendo demasiado tarde y probablemente pronto se le haya olvidado vivir. Rodeado de muerte huye y se esconde de quienes mutilan libertades básicas a golpe de machete, de los que quieren llevarse a su madre y hermanas para hacerlas esclavas y los que han convertido la violencia en la única y obligatoria razón de ser y de estar. Él no lo entiende porque aún intuye la esencia y porque, aunque no lo sepa, esconde también en sus ojos la llaves de la ternura, de la delicadeza, de todo lo humano.
Boko Haram avanza decapitando hombres y secuestrando mujeres con la ceguera y la sangre como bandera. Sus pasos son hacia atrás, torpes, desviados, miserables. Retroceden aplastándolo todo, deshaciendo un camino que costará siglos construir de nuevo. En nombre de quien sabe qué, destruyen vidas, familias y pueblos enteros. Aniquilan amor y esperanza. Apagan la luz dejándolo todo sumido en una oscuridad húmeda que se pega a la piel y al cerebro. Expanden el miedo. Cultivan la ira. Obligan a odiar. Y obligar a odiar a un pequeño es uno de los mayores crímenes que se pueden cometer. Pero estamos rodeados de niños que supuran rabia, porque les han forzado a vivir pero no les dejan hacerlo.