A tientas y a ciegas
No precisamos escuchar para que el pánico nos hiele la sangre. No es necesario el roce extraño de un desconocido sobre la piel para que el vello se erice y queramos huir de un escenario supuestamente hostil.
No precisamos escuchar para que el pánico nos hiele la sangre. No es necesario el roce extraño de un desconocido sobre la piel para que el vello se erice y queramos huir de un escenario supuestamente hostil.
Saludemos hoy a ese extraño compañero de viaje llamado miedo. A esa emoción dominante que agita, sacude, lleva a la acción o a la parálisis pues, aún resultando antagónicas, ambas reacciones son tan plausibles como humanas. Parece probable que habiéndolo sufrido alguna vez ignoremos cómo actúa, por tanto grosso modo diré que activa el lóbulo occipital seguido del frontal, corroborando que el cerebro prioriza la información amenazante frente a cualquier otra.
El miedo no es una entelequia, es tangible e incluso cuantificable, nazca ante amenazas reales o imaginarias -aunque en este caso hablaríamos de ansiedad-; y de entre todas las emociones, es la más susceptible de provocar el efecto contagio: ese temor colectivo que se desata cuando alguien grita en un recinto y la sombra de una amenaza desencadena una oleada de terror entre los asistentes.
No hay que ver nada especial para asustarse. No precisamos escuchar para que el pánico nos hiele la sangre. No es necesario el roce extraño de un desconocido sobre la piel para que el vello se erice y queramos huir de un escenario supuestamente hostil. Pero sí requeríamos de un cerebro sano capaz de procesar todos estos estímulos. Hasta ahora.
Un paciente canadiense de treinta y cuatro años que llevaba dieciséis en coma ha mostrado una actividad cerebral similar a la que hubiera tenido un cerebro sin daños al contemplar una película de Hithcock. En concreto, ha seguido la trama y su “inactivo” cerebro ha sentido temor.
¿Qué sabemos en realidad de ese complejo órgano cuyo aproximación científica hoy por hoy sigue siendo limitada? Muy poco, nos confesarán compungidos los mismos neurólogos que tratan de dar una explicación a un suceso feliz, pero muy inquietante. ¿Estaba muerto el cerebro de un paciente en estado vegetativo? Desgraciadamente para muchos sí lo estaba.
Aquí es cuando nace mi miedo.