El no de Escocia
El miedo les hizo firmar un documento en el que se comprometieron a dar más competencias a Escocia si ganaba el no, en esa incesante búsqueda de la transaccional que acarrea el diálogo con un nacionalismo inamovible.
El miedo les hizo firmar un documento en el que se comprometieron a dar más competencias a Escocia si ganaba el no, en esa incesante búsqueda de la transaccional que acarrea el diálogo con un nacionalismo inamovible.
Para los unionistas, el no fue rotundo y sin paliativos. Durante las últimos días de campaña antes del referéndum se habló de empate técnico y en Westminster se temió lo peor. Los líderes de los tres partidos ?conservadores, laboristas y liberales? marcharon al norte y entonaron el ‘Mejor Juntos’ que persuadió a muy pocos. El miedo les hizo firmar un documento en el que se comprometieron a dar más competencias a Escocia si ganaba el no, en esa incesante búsqueda de la transaccional que acarrea el diálogo con un nacionalismo inamovible.
Para los secesionistas, el no fue una derrota exigua, nada más que un punto y seguido. Cansados del rumbo con que desde Londres se dirige este barco, los independentistas creen que la solución pasa por más estado de bienestar, más socialismo, que únicamente conseguirían remando solos una nueva nave. Lo importante aquí fue sin duda el impulso democrático que el referéndum ha producido en una sociedad adormecida en asuntos políticos. El secesionismo ha ganado momento y ha rejuvenecido la democracia escocesa, que ve en la derrota del sí una batalla perdida, pero no la guerra.
Para el partido laborista, el no ha sido no ya una victoria, sino la pura supervivencia. Escocia es el feudo socialdemócrata, sin él los laboristas tendrían muy difícil hacerse con las riendas de lo que quedara del Reino Unido.
Para el partido conservador, el no fue el paño con el que enjugarse los sudores fríos de saber que podrían convertirse en el gobierno que dejó que el Reino Unido se desgajase. Cuando se convocó la consulta, muchos lo vieron como el error histórico de un David Cameron inconsciente y pusilánime. Ahora sale él fortalecido, sabedor de que el chantaje nacionalista se ha acabado, al menos por un tiempo.
Para Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte, el no fue el comienzo de un cambio. Se transferirán más competencias a cada una de estas naciones que ven el desmoronamiento del estado centralista, las ruinas de un imperio que ya no es. Muy posiblemente se irá a un estado federal.
Para España y el desafío nacionalista, el no de Escocia no significa nada, porque muy pocas son las similitudes, no solo en la legalidad del referéndum, sino sobre todo en lo social. En Escocia no se habla del hecho diferencial ni del fetichismo trasnochado del origen, ni se inculca el odio al vecino, ni los políticos se lo llevan crudo en miles de millones ante el silencio y aquiescencia de una sociedad que parece sedada. En el momento en el que el nacionalismo catalán se volviera maduro y pragmático, y la legalidad lo permitiese, un referéndum podría ser posible y hasta necesario. Pero por el momento, ‘Catalonia is not Scotland’.