El delirio no es lo peor
«El islam necesita una reforma radical para dejar de ser un insalvable freno al desarrollo, la garantía del fracaso de estados y sociedades y fuente inagotable de odio y oscurantismo.
«El islam necesita una reforma radical para dejar de ser un insalvable freno al desarrollo, la garantía del fracaso de estados y sociedades y fuente inagotable de odio y oscurantismo.
«El islam necesita una reforma radical para dejar de ser un insalvable freno al desarrollo, la garantía del fracaso de estados y sociedades y fuente inagotable de odio y oscurantismo”.
Esta afirmación la confirmarían hoy por igual intelectuales y políticos de todo el mundo como también muchos gobernantes y cuadros formados de países islámicos, desde Casablanca en Marruecos hasta Peshawar en Pakistán. Confirmarían su contenido en privado, muchos se explayarían sobre su necesidad y los esfuerzos habidos en el pasado para hacerlo. Y también sobre los fracasos y la inmensa dificultad que supone para ello el que el Corán no sea como la Biblia de judíos y cristianos verbo divino escrito por hombres sino dictado directo de Dios. Todos saben que está en esta religión la inmensa trampa que condena al fracaso, al retraso y a la violencia. Pero jamás, ni los occidentales ni los orientales se atreverían a expresarla en público.
Por cortesía errónea o por la corrección política que tanto mutila la verdad en las sociedades occidentales. Pero el silencio, pese a la convicción de la necesidad de los cambios y la certeza de que esos cambios requieren se articule en voz alta tal necesidad, tiene ante todo una razón: el miedo. Y precisamente por terror ni los más sabios, ni los más píos ni los más inteligentes ni los más prácticos se atreven a esbozar alternativas. Y por eso las sociedades musulmanas están todas prisioneras de unas reglas que las atan de pies y manos y condenan a la pobreza y el retraso cuando no a la barbarie medieval.
Que las sectas más salvajes y brutales del islamismo quieran esclavizar mujeres para maximizar la producción de niños y nuevas camadas de soldados y madres fanáticos en el Califato, tal como nos anuncia la fotografía, es absolutamente comprensible. En realidad no hacen sino imitar al nacionalsocialismo y al comunismo en esta forma de cría de cachorros humanos predeterminados en sus funciones y conductas. Serían una especie de híbrido entre jenízaros y miembros de las SS. Que el Estado Islámico, creado por el yihadismo en territorio de Siria e Irak, quiera degollar, aterrorizar, esclavizar y martirizar en nombre de su primitivo e iracundo Alá es también muy previsible. Porque su vocación es dominar y llevar el Califato a su último destino que es la dominación del mundo. Todo el que se oponga ha de ser liquidado. Pero con todo el peligro monstruoso que supone, el Califato del Estadio Islámico ahora surgido no es ni mucho menos el problema capital.
El problema está en la incapacidad de las sociedades islámicas de romper radicalmente con todas las prácticas inhumanas que están generalizadas también en los llamados países moderados. Y condenarlas como el mundo occidental ha condenado prácticas crueles de su pasado. El problema está en la imposibilidad de una competencia real y eficaz de ninguna sociedad en el mundo actual sin una plena y absoluta equiparación de hombres y mujeres en la vida laboral, social y política. El problema está en la imposibilidad del desarrollo sin la libertad para la pregunta, para el cuestionamiento, para la investigación y el desarrollo. El problema está en el germen inagotable de hostilidad hacia el resto de la humanidad que emana del trato que el islam permite e impone hacia todo el no creyente o infiel. El problema no está en que unos miles sean unos salvajes terroristas. Sino en la incapacidad de los más de 1.300 millones de hacer compatible su religión con la libertad y la verdad, que son los dos principales vectores del progreso, del desarrollo y del bienestar.