El placer de ser normal
Brindo por los días en los que no pasa nada, por el café por las mañanas, por los amigos de toda la vida y por el amor premeditado. A veces funciona no hacerse el original.
Brindo por los días en los que no pasa nada, por el café por las mañanas, por los amigos de toda la vida y por el amor premeditado. A veces funciona no hacerse el original.
Ser normal está bien. Muy bien. Todos aquellos que se han sentido diferentes alguna vez aprecian la sensación de pasar desapercibido. De no tener que cumplir, de sorprender para bien porque no has creado expectativas. La mediocridad, en pequeñas dosis, es un lujo.
En algunas ocasiones no ser protagonista de la foto o de la noticia es sinónimo de llevar una vida feliz. Muy pocos se pondrían de verdad en la piel de aquellos a los que admiran. Ahí reside el secreto de la heroicidad, en querer ser alguien sin llegar a serlo nunca.
Lo único que separa a los jóvenes de esta foto de convertirse en héroes es la casualidad. Que la bomba con la que amenaza el Estado Islámico no esté en ese tren para que ellos puedan seguir siendo gente normal y no mártires. Lo verdaderamente agradable es seguir siendo anónimo.
Lo cotidiano también tiene algo de mágico. Ser diferente está bien, cuando intentar diferenciarse no acaba por ser la rutina y lo estrambótico no es la regla. Lo verdaderamente original hoy es seguir haciendo lo mismo durante 20 años. Querer a la misma persona o conservar el mismo trabajo son, cada vez más, una excepción.
Por eso brindo por los días en los que no pasa nada, por el café por las mañanas, por los amigos de toda la vida y por el amor premeditado. A veces funciona no hacerse el original.