Miopía universal
Todo el mundo parece infravalorar la inmensa fuerza de esta ideología de la entrega incondicional a la guerra más brutal por el dios propio. Por ella abandonan su vida anterior, jóvenes chicos y chicas de suburbios franceses y campesinos turcos, estudiantes tunecinos y parados suecos u holandeses, hijos ricos de Arabia y niñas de Melilla.
Todo el mundo parece infravalorar la inmensa fuerza de esta ideología de la entrega incondicional a la guerra más brutal por el dios propio. Por ella abandonan su vida anterior, jóvenes chicos y chicas de suburbios franceses y campesinos turcos, estudiantes tunecinos y parados suecos u holandeses, hijos ricos de Arabia y niñas de Melilla.
Un error colosal. El único que lo ha reconocido hasta ahora es el presidente de los Estados Unidos, Barack Obama. Nada menos. Hace días asumió Obama haberse equivocado al valorar la amenaza que suponía el Estado Islámico (EI). Por eso cuando han tomado medidas han sido a todas luces insuficientes. Y una vez más, pese al éxito diplomático de comprometer a los países árabes sunitas en una campaña contra el EI, se ha actuado poco, lento y posiblemente mal. Por ello y pese a los ataques aéreos, el ejército yihadista avanza por el norte de Siria. Y cada día que se prolonga, bajo el fuego del “gran satán imperialista”, su avance y la conquista de pueblos y aldeas, aumenta su aureola de invencibilidad como guerreros de Alá y su gloria y fama entre los sunitas de toda la región.
Pero el presidente norteamericano, que ha infravalorado muchos peligros a lo largo de estos años y siempre con funestas consecuencias, no es el único en errar en este caso. Ahí tienen a Turquía, fronteriza con Siria y con sus más de 85 millones de sunitas. Desde que hace tres años comenzó la guerra, el primero ministro y hoy presidente de Turquía, Erdogan, ha jugado con varias barajas. Intentó erigirse en la potencia regional con mal disimulado apetito para capitalizar la revuelta. Rivalizó con los países árabes del Golfo en sus intrigas a siete bandas. Y con pactos inconfesables o sin ellos, compaginó conciliadores declaraciones públicas con una escandalosa puerta abierta a todos los yihadistas del mundo que acudían a engrosar las filas del Estado Islámico. Hoy Turquía tiene a las tropas el Estado Islámico en su frontera después de una fulgurante campaña que, si bien entorpecida, en ningún momento fue parada por los ataques aéreos norteamericanos.
Turquía, que pese a ser socio de la OTAN dijo en un principio no participar en la alianza contra EI ha tenido que revisar ya esa política. Pero el problema ya es otro porque el ejército islamista podría estar ya formándose dentro de las fronteras de Turquía. Jóvenes turcos aparecen cada vez con más frecuencia en fotografías de grupos de combatientes. Con muchos millones de jóvenes sunitas, Turquía es un inmenso campo de reclutamiento para el EI. Y si para los países occidentales el retorno de combatientes puede ser un grave problema de terrorismo, para Turquía esos veteranos fanatizados podrían suponer un inmenso problema a medio plazo que puede inyectar todo el fundamentalismo al movimiento islamista mayoritario turco. Lo cierto es que mientras sirios de todas las etnias y creencias huyen despavoridos ante el Estado Islámico, sunitas cruzan a miles la frontera turca en dirección contraria.
Todo el mundo parece infravalorar la inmensa fuerza de esta ideología de la entrega incondicional a la guerra más brutal por el dios propio. Por ella abandonan su vida anterior, jóvenes chicos y chicas de suburbios franceses y campesinos turcos, estudiantes tunecinos y parados suecos u holandeses, hijos ricos de Arabia y niñas de Melilla. Ellos con firme decisión, con resolución implacable. Mientras sus enemigos y víctimas juegan a sus cálculos y medias tintas en la más universal de las miopías.