THE OBJECTIVE
Fernando L. Quintela

“Señor, por favor, ayúdenos”

Más de uno me pondrá a parir por «obligarle» a seguir leyendo historias del ébola. Pero a mi me parece justo que hagamos una reflexión sobre esto.

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“Señor, por favor, ayúdenos”

Más de uno me pondrá a parir por «obligarle» a seguir leyendo historias del ébola. Pero a mi me parece justo que hagamos una reflexión sobre esto.

Más de uno me pondrá a parir por «obligarle» a seguir leyendo historias del ébola. Pero a mi me parece justo que hagamos una reflexión sobre esto.

Vamos a dejar a un lado al lamentable Consejero de Sanidad de la Comunidad de Madrid y sus espectaculares afirmaciones y siembras de culpabilidad. Olvidémonos de Ana Mato y su miedosa gestión, además de pobre, de la crisis y alarma sanitaria generada por el contagio de la enfermera Teresa. Por supuesto, pasemos página a lo bestia sobre el debate nacional sobre el perro Excalibur, al que se le dedicaron más imágenes y minutos de atención que a la propia enferma.

Pero si nos olvidamos de todo esto con la esperanza de que las cosas se resolverán y se van a hacer mejor, ¿de quién nos acordamos? Recordemos sólo a Teresa, que mientras escribo esto sigue dentro de su gravedad luchando por sobrevivir y «poder contarlo». Y mantengamos en nuestra memoria al Padre Pajares y al Hermano Manuel.

Es repugnante que durante esta crisis haya pasado a un segundo plano, ¡qué estoy diciendo, si ha desaparecido!, la situación de los miles de contemporáneos nuestros que están sufriendo el castigo de las enfermedad desde el epicentro de la misma. Sin medios de comunicación, sin medios sanitarios, sin información, sin prevención. Sin solución.

Hablaba este fin de semana con el Padre Luís, misionero javeriano establecido en Makeni, Sierra Leona. Me contaba desde dentro la situación. Makeni pertenece al distrito de Bombali, uno de los más afectados por el ébola junto a Port Loko, y me contaba el Padre que en la última semana se habían contabilizado 121 muertos “oficialmente”. ¿Se imaginan los extraoficiales? Conozco algo Sierra Leona, sus aldeas, sus formas de comunicación, la interacción entre sus habitantes, su poco eficiente sistema sanitario. Terrible.

Luis me decía que el solo acto de hacer llegar comida a las familias que tienen algún miembro infectado, es una tarea surrealista y triste. “Están rodeados por el Ejército. Como ya no hay centros donde internarlos porque están saturados, los aíslan en sus casas y no se pueden mover. Les dejamos la comida en unas bolsas a unos metros de la casa, y cuando ya nos hemos alejado sale alguno de ellos a recogerla y mete la comida en la choza. En esas familias acabarán muriendo todos los miembros, y luego habrá que enterrarlos, y de ahí saldrán nuevos contagios. Es tremendo el drama en que viven”. Ni los mejores guionistas del mejor cine el mundo podrían superar esta realidad, que ha pasado ya casi al olvido para centrarnos en los casos individuales de infectados en los países del “primer” mundo. Y no digo que estos pocos no se merezcan esa atención, faltaría más, porque además se han contagiado por un esfuerzo y un sacrificio por los enfermos (Teresa se ofreció voluntaria, no lo olvidemos), pero por favor demos voz a los que nunca la han tenido.

Si en España ha habido un Excalibur, imagínese en Bombali, Makeni y Por Loko. Y estos son los nombres de poblaciones conocidas. Si les hablo de Kamasama o de Kunda-Ya les sonará a película de tarzán. Sumergirse en estas aldeas es como hacer un viaje en el tiempo, muchos siglos atrás. En estos remotos lugares los excalibur llevan nombres de personas y son como nosotros.

Fui testigo directo de una huelga de «recogedores de cadáveres», manda huevos la profesión, durante la guerra de Rwanda, cuando el cólera se llevó por delante a decenas de miles de personas. Los cadáveres campaban a sus anchas y el riesgo de expansión del colera era altísimo. Y los recogedores se plantaron. Cuerpos reventados y descompuestos por todas partes. ¿Se imaginan lo que era aquello? Niños, mujeres, hombres. Podridos. El riesgo al que se exponían los recogedores del gobierno del antiguo Zaire no les compensaba por lo que cobraban. Y hasta que no se les dio lo que querían no se volvieron a poner guantes y mascarilla. Total apenas 80 dólares al mes era lo que les separaba de los empleados de las ONG internacionales. La escena, 20 años después, se repite en Liberia. Anda que…

Ya no me quedan líneas, podría escribir mucho más. Les dejo las palabras de Leslie, un universitario de Freetown con el que me wasapeo estos días: “Señor, por favor, ayúdenos”.

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