El último samurái
Las armas son modernas, las espadas no combaten, las bombas destruyen al instante, y la pequeña paz que encontraban los samuráis antes de morir ya no existe
Las armas son modernas, las espadas no combaten, las bombas destruyen al instante, y la pequeña paz que encontraban los samuráis antes de morir ya no existe
Katsumoto está tirado en el suelo a punto de morir. Las heridas de la guerra ahogan sus latidos. Tom Cruise, transformado en el último samurái, lo sujeta entre sus brazos y lo incorpora. Pone la espada en sus manos para que el líder samurái pueda morir con honor, con una estocada certera, directa al tuétano.
Katsumoto, ya de rodillas, mira al infinito. Sus pupilas imaginan un jardín de flores que se agita con una suave brisa. Los pétalos se mueven a un ritmo desacompasado, como una orquesta desorganizada que, sin embargo, transmite paz, quietud y calma interior.
Ahora, la reina Isabel II pasea por un jardín de amapolas, por unas flores que quizá imaginaron justo antes de morir aquellos que cayeron en la Gran Guerra. Pero las armas son modernas, las espadas no combaten, las bombas destruyen al instante, y la pequeña paz que encontraban los samuráis antes de morir ya no existe. Ese momento de silencio, de despedidas agónicas, de imaginar un jardín de flores cuando el corazón se apaga, solo puede verse en las películas.
Precisamente, quizá solo pueda verse en la pantalla. Quizá sea un prototipo de muerte demasiado dulce que nunca ha existido. No lo sé. Estoy seguro de que tú tampoco lo sabes porque muy pocos conocen la guerra. Porque, gracias a alguien o a algo, muy pocos han visto matar o morir. Porque casi nadie se ha topado con esa mirada perdida que imagina un jardín de flores. Porque quien ha visto ese jardín nunca podrá volver para contarlo. Quizá algún día nos lo cuenten en otro sitio, o no.