THE OBJECTIVE
Javi Dale

Lo nuestro es puro teatro

La imagen, en apariencia casual, está perfectamente estudiada: Obama, en mangas de camisa y con la corbata ladeada, porta tres cajas de donuts.

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Lo nuestro es puro teatro

La imagen, en apariencia casual, está perfectamente estudiada: Obama, en mangas de camisa y con la corbata ladeada, porta tres cajas de donuts.

Ahí está, todo un presidente de Estados Unidos en el ecuador de su segundo mandato y con expresión sonriente y dispuesta. El 4 de noviembre se renueva parte del Senado de EE.UU., además de la gobernación de algunos estados, y la campaña ha empezado. Barack Obama, natural de Illinois, se desplazó a Chicago para depositar su voto y, de paso, hacer una visita al demócrata Pat Quinn, que está en plena campaña de reelección. La imagen, en apariencia casual, está perfectamente estudiada: Obama, en mangas de camisa y con la corbata ladeada, porta tres cajas de donuts –marca blanca- y recibe el aplauso de Quinn y del senador demócrata Dick Durbin, cuyo escaño también entra en juego. Entre Quinn y Obama, un trabajador de la campaña, de raza negra, aplaude y enmarca el cartel con la leyenda ‘Ready to vote’ escrito en blanco sobre azul, el color corporativo del Partido Demócrata.

La imagen corresponde a una serie de fotografías servidas por Reuters que relata la visita de Obama al completo. En la calle, entrando en la sede de la campaña, siempre con las cajas de donuts. Ya dentro de la sede, donde es recibido con sorpresa y aplauso. También saludando a una voluntaria –de cierta edad, también de color-. Y siempre con una perfecta sonrisa.

No les voy a descubrir ahora que vivimos en la imagen, y de la imagen. Consumimos imágenes estudiadas, equilibradas y preparadas para tomarse por espontáneas. Como esos vaqueros cuyo diseño se ve en el roto perfectamente calculado. Como los muebles envejecidos. Como la estética ‘retro’, ‘vintage’, ‘nerd’, ‘geek’ o cualquiera otra, tome el nombre que tome. Lo importante de la imagen ya no es lo que es, sino lo que sugiere. 

Y lo aceptamos. Y –lo que es peor- lo creemos. Porque lo nuestro, seamos periodistas o no, es puro teatro. El puro teatro.

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