THE OBJECTIVE
Ignacio Peyró

Sábado noche en Saturno

De la vieja Guerra Fría nos quedaron las rivalidades ajedrecísticas soviéticas, el ir y venir de espías con gabardinas misteriosas y la competencia tan mordiente de la carrera espacial.

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Sábado noche en Saturno

De la vieja Guerra Fría nos quedaron las rivalidades ajedrecísticas soviéticas, el ir y venir de espías con gabardinas misteriosas y la competencia tan mordiente de la carrera espacial.

De la vieja Guerra Fría nos quedaron las rivalidades ajedrecísticas soviéticas, el ir y venir de espías con gabardinas misteriosas y la competencia tan mordiente de la carrera espacial. Tantas décadas después, la NASA ha puesto fin a la era de los transbordadores y, de modo imperceptible, millones de niños ya no soñarán con ser astronautas ni buscarán, en el cielo de verano, el brillo de Betelgeuse por las honduras de Orión.

Para varias generaciones, la “space age” fue uno de los grandes optimismos de la historia, el magno relato que iba dejando, como pecios sentimentales, los ladridos callados de la perrita Laika, el mono de la CCCP de Yuri Gagarin o esa bandera de Estados Unidos para siempre abandonada a los vientos de la Luna. Era la resonancia tecnológica de la palabra Sputnik, como un futuro mejor.

En sus mejores momentos, la fiebre del espacio llegó a impregnar de elevación cierta cultura popular: ahí estaban las sonoridades tan sugestivas de Les Baxter invitándonos a pasar la noche del sábado en Saturno. Mucho más tarde llegaría David Bowie, cuando ya había prendido esa arquitectura que sembró de radioantenas tantas gasolineras y tantos comedores. Abundaron los cómics en los que un pueblito del Medio Oeste se veía invadido por seductoras selenitas: ante esas mujeres del mañana, Donald Fagen cantó que “su temperatura es tan intensa / que los terráqueos carecemos de defensa”.

“Houston, tenemos un problema”: sí, pero también fue una expedición Apolo la que conquistó la Luna. Dejaron allí incluso una placa conmemorativa para posibles extraterrestres, parte de esa utopía por la cual la soledad sideral haría a los hombres más hermanos. Como se recordará, en el año 2000 los coches iban a volar y nosotros íbamos a vivir en biosferas autosuficientes, fascinantes. Con el recorte de los presupuestos, también el sueño de la era espacial se nos terminó. Es otra cuenta atrás, sin los efectos de las de Cabo Cañaveral, con el boom sónico de aquellos pioneros que subían a las estrellas –según el discurso de Reagan tras el Challenger – para “tocar la faz de Dios”.

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