THE OBJECTIVE
Paula Corroto

El sultán que calla a las turcas

Erdogan va de sultán. A estas alturas, después de doce años como primer ministro y un año como presidente de la República, ya se cree el sultán.

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El sultán que calla a las turcas

Erdogan va de sultán. A estas alturas, después de doce años como primer ministro y un año como presidente de la República, ya se cree el sultán.

Vean su figura recortada ante esas escaleras de palacete sultanesco. Ahí está, impetuoso. Es el que manda y lo sabe. Y, por eso, no ha dudado en construirse un casoplón de 300.000 metros cuadrados y 1.000 habitaciones. Como sus antepasados colegas del palacio Topkapi o el fundador de la república de Turquía, Atatürk, que no pestañeó en fijar su residencia en el Dolmabahçe, que es otra de esas mansiones que dejan al visitante con la boca abierta frente al Bósforo.

Erdogan va de sultán. A estas alturas, después de doce años como primer ministro y un año como presidente de la República, ya se cree el sultán. Después, eso sí, de alguna que otra triquiñuela electoral para llegar al cargo y de enfrentamientos con la ciudadanía, como quedó de manifiesto el año pasado con las revueltas en la plaza Taksim de Estambul, cuando tampoco le tembló la mano para disolver las concentraciones pacíficas mediante la violencia de los antidisturbios.

Y eso que cuando el mundo conoció a Erdogan parecía el turco enrollado. Era de los moderados y llegaba para modernizar Turquía. Era el año 2003 y muchos mandatarios europeos le vieron con buenos ojos. Hasta José Luis Rodríguez Zapatero con quien coincidió en el famoso proyecto de la Alianza para las Civilizaciones, que dónde andará eso ya.

Años después no queda ni sombra de aquello. Y ya no sólo por las cuestiones de geopolítica –entrar en el debate geoestratégico de Turquía da para un análisis y no para esta mera columna de opinión. Visité Estambul hace dos años y allí hablé con algunos amigos que ya me comentaron la deriva pro islámica del país. Para empezar en lo que atañe a las mujeres: el velo volvía a ponerse de moda. Y algo debía de tener de cierto porque podían verse a mujeres de 50-60 años sin él mientras que sus hijas y nietas sí lo llevaban mientras compraban en los Mango o Zara de la zona comercial.

También me contaron la historia de una chica española que dejó el país harta de los piropos insultantes de algunos turcos al acudir a leer a un parque cercano. A mí misma varios chicos me corrigieron mi actitud por ir a comprar a un estanco. Por eso no me extrañó cuando saltó la noticia de que el Gobierno de Erdogan había aconsejado no reñir a las mujeres en público. Que quedaba feo.

Este pedazo de casa no es más que una muestra más de la egolatría de este presidente que da la sensación de convivir entre ciertas sustancias estimulantes desde hace un tiempo. Y eso sí que queda feo. Lo que no debería de quedar es impune.

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