Mi abuela no creía en los psicólogos
Así como hay gente que no cree en los curas, mi abuela tenía derecho a sospechar de los terapeutas de la mente, porque encima, decía, te cobraban sin perdonarte.
Así como hay gente que no cree en los curas, mi abuela tenía derecho a sospechar de los terapeutas de la mente, porque encima, decía, te cobraban sin perdonarte.
Mi abuela, que en paz descanse, era muy avispada y graciosa, y sus sentencias eran tan inamovibles, que nadie le replicaba. Tenía manías serias y decía que no creía en los psicólogos; era tal su obsesión que, cuando le presenté a una novia que estudiaba Psicología, me susurró al oído de la forma más indiscreta posible, para que se oyera: Blaspi, esta chica no te conviene; no me gusta nada de nada.
Así como hay gente que no cree en los curas, mi abuela tenía derecho a sospechar de los terapeutas de la mente, porque encima, decía, te cobraban sin perdonarte. Como un timo sin estampita. Yo no tengo nada contra la Psicología y disfruto de la divertida racionalidad de la fe religiosa, hasta el punto de comprobar que la ciencia está tan llena de sentido común, que acaba descubriendo verdades que la intución religiosa ya había descubierto hace siglos… Vaya paradoja y qué peligro defenderla en el mundo del relativismo irracional.
Lo de contar cosas a otro, si son culpas y traiciones, descarga la mala conciencia que el sacerdote absuelve y siempre es un chollo comenzar de nuevo como dice un niño en Una Historia del Bronx. Y también el psicólogo te escucha, te aconseja, aplica el método científico y, aunque él no pueda perdonarte, algo ayuda a que tú sí lo hagas, sea por chat en una burbuja de Nueva York previo pago de su importe o presencialmente en el diván de rigor previo pago de su importe… La única diferencia es la tarifa y la fe, porque siempre necesitamos hablar y que alguien nos escuche y nos perdone. Por eso mi abuela tenía toda la razón.