Los que no discurren
Adolf pintaba. Acuarelas para vendérselas a los turistas. Daba factura y todo. Y pagaría impuestos, estoy seguro. Un hombre legal.
Adolf pintaba. Acuarelas para vendérselas a los turistas. Daba factura y todo. Y pagaría impuestos, estoy seguro. Un hombre legal.
Adolf pintaba. Acuarelas para vendérselas a los turistas. Daba factura y todo. Y pagaría impuestos, estoy seguro. Un hombre legal.
Pasaron los años y la organizó. Muy gorda. Iba a decir él solito, pero no es verdad. Unos cuantos, bastantes, muchos, le siguieron, le jalearon, él les jaleó a ellos, entre unos y otros montaron unos desfiles y unas manifestaciones increíbles…y el pintor, que seguramente dejó de pintar porque tenía otras muchas cosas que hacer, se creyó lo increíble: que iba a ser el dueño del mundo. Y cuando jugaba con el mundo como si fuera un globo, el globo estalló, según nos contó Charles Chaplin en una interpretación deliciosa.
Cuando veo carreras profesionales como la de Adolf, me pregunto qué debe ocurrir por dentro de una persona para pasar de ser acuarelista aficionado que vende cuadros y así puede invitar a helados a las chicas de su barrio, a ser un pájaro dedicado a hacer el mal. A tiempo completo.
Vendía los cuadros en Nuremberg. Años después, en la misma ciudad, juicio contra los de su cuadrilla. Él se suicidó antes, con lo que sus amigos -quizá mejor sus esbirros, porque Adolf debía ser muy quisquilloso en eso de elegir amigos- sólo podían decir aquello de «yo me limitaba a cumplir órdenes», rebajándose a sí mismos a la categoría de robot con pilas que funciona si se le aprieta el botón, pero no le pidas que, además, discurra.
Y que eso lo haga un robot que, al fin y al cabo, es un trozo de hierro que se mueve, pase. Pero un señor con aspecto normal, que no pinta, aunque quizá colecciona sellos…Aquí también me pregunto qué debió pasar por dentro de todos ellos para convertirse en lo que se convirtieron.
¡Vaya siglo el siglo XX! Mientras Adolf «trabajaba» en Alemania, Josef «trabajaba» en Rusia. Los dos con una alta eficacia: millones de personas asesinadas.
Adolf y Josef no mataron a nadie con sus propias manos. Se encargaron otras personas que -en eso coincidían- «se limitaban a cumplir órdenes».
Sin discurrir.
Líbrenos Dios de los que no discurren.