Todavía creo en la mirada
No se que rostro tendrá la máquina, el humanoide del Congreso de Madrid. Pero si se que cara tienen los seres humanos que pueblan tantos mundos que nos son ajenos, la mayoría. Rostros cargados de biografía.
No se que rostro tendrá la máquina, el humanoide del Congreso de Madrid. Pero si se que cara tienen los seres humanos que pueblan tantos mundos que nos son ajenos, la mayoría. Rostros cargados de biografía.
Observo la mano humana con el dedo extendido hacia la articulación robótica y sí, me reafirmo en que todavía creo en la mirada. La foto de Gerard Julien es soberbia, pero me generan rechazo los humanoides, los robots y el frío. Sobre el todo del frío de los humanos. Por eso no me gustan esos dedos articulados que además no se quien maneja. E imagino que es una mano fría, como fría supongo la otra, la del hombre o la mujer que la busca.
Tejo estas líneas desde Maputo (Mozambique), donde no hay robots, pero sí seres humanos, en su mayoría negros, que viven la vida, muchos de ellos jodidos, rejodidos, como todos los nadie que pueblan el planeta. Aquí no hay robots. Pero hay pieles calientes que transmiten alegría en el sufrimiento. Comunican y se expresan con simpatía arrolladora. Sonríen a la vida aunque dispongan de argumentos para no hacerlo. Te acogen en sus hogares como si te conocieran de toda la vida. Y te dan la mano, y la aprietan, y te abrazan, con un sentimiento que jamás un robot podrá transmitir, por más que un cerebro humano lo haya creado con perfección tecnológica.
No se que rostro tendrá la máquina, el humanoide del Congreso de Madrid. Pero si se que cara tienen los seres humanos que pueblan tantos mundos que nos son ajenos, la mayoría. Rostros cargados de biografía. Y ojos expresivos. Miradas que hablan. Y esas son las que me gustan, las que me hacen disfrutar. Las que me transmiten ganas de vivir. Cuando uno ha salido del hoyo, de la sima más oscura que imaginar pueda, gracias a una mirada, aprende para siempre que en unos ojos se concentra todo. Y allí, en el fondo de esa mirada, uno encuentra todo lo que busca, todos los argumentos para seguir el camino, pura vida que jamás un humanoide podrá trasmitirte.
No creo en los metales fríos por más valor que puedan tener. Pero creo en las miradas, porque en ellas se adivina todo. Y vivo, me alimento de esa mirada transparente, bella, sincera y estupefaciente que es capaz de decirte en pocos segundos más cosas de las que podrían decirte en los más extensos discursos hablados o escritos el resto de los seres humanos y todos los robots que en el mundo sean. Sí, todavía creo en la mirada.