Gelatina, barro y merengue
Si a mí alguien me llamara atemorizado, envejecido y reducido y, además, me dijera que a ver si redescubro mí alma buena, me quedaría hecho polvo.
Si a mí alguien me llamara atemorizado, envejecido y reducido y, además, me dijera que a ver si redescubro mí alma buena, me quedaría hecho polvo.
Si a mí alguien me llamara atemorizado, envejecido y reducido y, además, me dijera que a ver si redescubro mí alma buena, me quedaría hecho polvo.
Pues eso es lo que ha dicho de Europa el Papa Francisco. Como piropos, no están mal. Como titulares de periódico, imposibles de mejorar.
Hay un problema: que todas esas cosas son verdad. Que Europa es una viejecita mona, arrugadita, a la que le duelen sus costuras y que repasa su historia y se acuerda de cuando vinieron los bárbaros, brutos ellos -por eso eran bárbaros- y se cargaron a todos aquellos gorditos fofos que, a base de pensar en sí mismos, de no querer tener hijos, de tirar la comida que les sobraba, de soltar discursos vacíos y grandilocuentes, de establecer dos clases en la sociedad -los despreciadores y los despreciados- un día se despertaron sin nada. Sin tener nada y, peor, sin ser nada. Nada.
El Papa anima a esa Europa y le dice que redescubra su alma buena. Porque, en el fondo, el alma de Europa no es mala. Lo que pasa es que, a base de materialismo por la mañana, materialismo por la tarde y materialismo por la noche, uno se vuelve material. Material como la gelatina, que es blanda; como el barro, que es blando; como el merengue, que es muy blando.
El alma de Europa no existe. Existen los millones de almas de los que constituimos Europa. Y si esas almas son lo que dice el Papa, Europa será un asco.
Y Draghi fabricará euros y los negocios quizá irán un poco mejor y quizá el paro bajará un poco y Putin se volverá bueno y no nos cortará el gas.
Pero si no pensamos que hay algo más y sólo pensamos en ser trocitos de gelatina, barro o merengue que, por efecto del tiempo, se vayan endureciendo falsamente, seremos gelatina, barro o merengue atemorizado, envejecido y reducido.
No sé si hacerme africano.