La panza negra del califato
Atrás quedan aquellas efímeras expectativas de un alto el fuego entre el régimen y unas bandas islamistas que combinan el fanatismo religioso con el más brutal pillaje y el tráfico de esclavas
Atrás quedan aquellas efímeras expectativas de un alto el fuego entre el régimen y unas bandas islamistas que combinan el fanatismo religioso con el más brutal pillaje y el tráfico de esclavas
Herido pero vivo. Este nigeriano ha logrado sobrevivir malherido a un atentado indiscriminado. Otros miles no lo lograron y han entrado en la cada vez más larga lista de víctimas del terrorismo en el África negra. Todo indica que también esta vez causado por el grupo terrorista islamista Boko Haram. Dos mujeres hicieron estallar las cargas explosivas que portaban en medio del bullicio de un mercado. Definitivamente atrás quedan aquellas efímeras expectativas de un alto el fuego entre el régimen y unas bandas islamistas que combinan el fanatismo religioso con el más brutal pillaje y el tráfico de esclavas. Era un alto el fuego ilusorio pero además ilógico. Un estado no puede llegar a acuerdos permanentes con bandas que le disputan soberanía, poder y monopolio de la fuerza. O no debe, cabría decir. Porque tanto en África como en lugares mucho más desarrollados con Estados mucho más articulados, véase Colombia, es exactamente lo que está sucediendo.
En todo caso, en Nigeria queda atrás el alto el fuego, pero también y quién sabe si para siempre, las esperanzas de encontrar y liberar a las decenas de niñas secuestradas y vendidas como esclavas por esta banda. Todas las promesas de una liberación se frustraron. Toda la ola de indignación occidental pasó. Todas las lágrimas mediáticas y llamamientos conmovedores se agotaron. Todos los bienintencionados visitantes bienintencionados llegados de EE UU y Europa para intentar localizarlas, regresaron a sus países sin haber logrado resultado alguno. Dijeron que se había localizado a varias. Al final todo fue una frustración tras otra. Hoy nadie se acuerda de estas niñas como nadie se pregunta ya dónde están los centenares de mujeres yezidis y de ciertas tribus iraquíes del norte, secuestradas en su día por el ejército del Estado Islámico. La crueldad y la brutalidad con que estas mujeres son tratadas han quedado reflejadas en imágenes terribles de subastas de mujeres en territorios controlados por IS.
Boko Haram es la organización más activa en el frente suroeste, en la panza centroafricana de esa inmensa mancha de activismo islamista que se extiende hoy desde la costa mauritana a Afganistán. Su centro de atracción y polo d máxima actividad se encuentra en el territorio del Estado Islámico en el norte de Irán y parte de Siria. Allí luchan fanáticos islamistas llegados literalmente de todo el mundo contra una coalición militar internacional liderada por EE UU. Y lo cierto es que la larga resistencia del Estado Islámico ante una inmensa superioridad militar genera ante todo simpatía para este ejército terrorista en muchos países con mayorías sunitas. El niño de Maiduguri tuvo suerte en la tragedia. Pero seguirá bajo amenaza como cientos de millones de seres humanos que viven hoy en unas zonas de nuestro mundo en las que el islamismo reclama el derecho de matar cuándo, cómo y a quien quiera. Y a aterrorizar a todos los demás y a secuestrar como a esas niñas nigerianas que se llevaron a la fuerza a la selva y hoy sobreviven en un infierno permanente tras ser vendidas como animales. Nadie está a salvo ya porque la mancha de la peste de este fanatismo no cesa de extenderse y no menos en Europa que en los demás.