Una decisión acertada
Para el presidente Obama es una oportunidad para rescatar la maltratada imagen de Estados Unidos y renovar su liderazgo en el continente, así como una manera de recuperar el momento político luego de los resultados de las elecciones legislativas de mitad de período.
Para el presidente Obama es una oportunidad para rescatar la maltratada imagen de Estados Unidos y renovar su liderazgo en el continente, así como una manera de recuperar el momento político luego de los resultados de las elecciones legislativas de mitad de período.
Los anuncios de normalización de las relaciones entre Estados Unidos y Cuba son una decisión acertada y han sido bien recibidos en América Latina.
Se trata de una medida histórica construida al amparo de una diplomacia prudente y silenciosa que se viene produciendo desde hace varios meses, en línea con los nuevos tiempos en la política mundial.
Tales medidas se venían venir y algunas señales ya se perfilaban desde Washington. El gesto cortés pero impregnado de una carga y simbología política inocultable del apretón de mano entre el presidente Barak Obama y el comandante Raúl Castro durante el funeral de Nelson Mandela, nos permitían avizorar los nuevos rumbos de las relaciones bilaterales.
No son pocos los que confían en que las disposiciones económicas, financieras, la flexibilización de las restricciones de viaje y el envío de remesas anunciadas este miércoles, se traduzcan en pasos concretos para “empoderar al pueblo cubano”, como reza la declaración de la Casa Blanca.
Fracasadas las acciones propias de los tiempos de la guerra fría, que a fin de cuenta nunca cumplieron con el objetivo de aislar al régimen de Castro o de producir su colapso económico, el ensayo de novedosas estrategias de apertura, presagia rumbos constructivos.
El argumento del embargo sólo sirvió para apuntalar a la dictadura cubana, fortalecer su posición interna y granjearse las simpatías de la comunidad internacional como lo revelan las votaciones en la Asamblea General de la ONU que año tras año, y por amplia mayoría, pedían el fin del embargo contra la isla.
Es de esperarse pues que esta nueva política vaya de la mano de una apertura y de transformaciones en La Habana, en sintonía con los cambios generacionales que habrán de ocurrir dentro de pocos años cuando la actual cúpula gobernante sea relevada por una nueva generación de dirigentes tal vez más comprometidos con las realidades políticas del mundo de hoy.
La Cumbre de Las Américas que tendrá lugar en Panamá próximamente será una buena oportunidad para ver cristalizados estos lineamientos no sólo en cuanto a la normalización de las relaciones sino para el comienzo de la apertura y de la democratización en Cuba.
Para el presidente Obama será también una manera de recuperar el momento político luego de los resultados de las elecciones legislativas de mitad de período, que coinciden con la segunda parte de su último mandato, y la posibilidad de ganar parte del espacio y protagonismo político perdido. Será igualmente una oportunidad para rescatar la maltratada imagen de Estados Unidos y renovar su liderazgo en el continente.
Finalmente, y como corolario de esta decisión, no podemos soslayar las consecuencias para el actual gobernante de Venezuela cuyo discurso internacional sigue apegado al de una izquierda en decadencia.