Maldita vocación
Tus padres siempre te habían dicho que si te esfuerzas llegarás lejos, pero es mentira. Es la falacia más grande que has escuchado, infinitamente repetida.
Tus padres siempre te habían dicho que si te esfuerzas llegarás lejos, pero es mentira. Es la falacia más grande que has escuchado, infinitamente repetida.
Nos han mentido. No es un cuento premeditado ni una trola milimétricamente calculada, pero es una gran mentira. Nuestros padres han engañado a toda nuestra generación sin saber ni siquiera que lo hacían. Y ahora lo pagamos muy caro, y ellos lo pagan con nosotros, empatizando con nuestro sufrimiento.
Cuando te dijeron con 10 años que los Reyes Magos no existían ya empezaste a sospechar. El concepto de «Dios» tampoco parecía muy creíble y estaba directamente conectado con ese rollo de los regalos al Mesías que te habían vendido. Deshaciendo la madeja de falsedades llegaste a los 16 y pensaste que esa patraña del sistema también podría ser un invento para tenernos más tranquilos: ni el mercado se auto-regula ni el Estado nos cuida.
Otro engaño es la vocación. Cuando insistes en convencer a los demás de que tu profesión es una cuestión pasional y de que no te dejarás llevar por las salidas profesionales es una señal inequívoca de que estás a punto de hacer el gilipollas. No serás siempre feliz, pero vivirás con la esperanza de serlo. La verdad es que nunca has sido muy práctico.
Tus padres siempre te habían dicho que si te esfuerzas llegarás lejos, pero es mentira. Es la falacia más grande que has escuchado, infinitamente repetida. Resulta que te has licenciado con la crisis, y que tienes un máster y dos idiomas, pero no tienes trabajo. Simplemente porque no hay. Vives en un país de cuatro millones de parados.
Ahora más que vivir, sobrevives, pero no puedes echarles la culpa. Te han enseñado lo que saben y lo que han aprendido, pero ahora sus herramientas hacia el éxito no valen. Las reglas del juego han cambiado, ya no hay futuro, o peor: no lo sabes. Lo único que tienes claro es que te espera un oscuro horizonte de incertidumbre. Al menos, también te educaron para la derrota, que es tan importante como la victoria, y mucho más frecuente.
Echas cuentas y tu país lleva ya seis años de crisis económica. No conoces nada que no sea ajustes de presupuestos, desempleo y salarios precarios. Tienes mentalidad de pobre. Piensas en hoy y nunca en mañana, a menos de que hayas comprado un cupón de lotería esta semana y ya estés distribuyendo los gastos del premio que aún no has ganado. Un trabajo es un regalo y no una obligación y te sientes realmente afortunado de que te exploten. Por supuesto, no puedes pensar en comprarte un piso, ni en ahorrar nada este mes. Has decidido dedicar el poco dinero que ingresas a vivir. Te repites que esta situación es lo normal y tus padres se asustan cuando lo dices con tanta convicción.
La verdad es que por mucho que te quejes nunca trabajarás tantas horas como tu padre, ni te merecerás tanto lo que él ha conseguido. Ahora te anima a que no te tomes todo tan en serio, ni trabajes tantas horas, pero ya es tarde. Ya tienes en la cabeza que esto es una cuestión de meritocracia y que si no produces, no eres una persona válida.