Verde desesperanza
Y mientras el engranaje va expulsando su bilis, enormes montañas de casas vacías están devorando el país. Estamos rodeados de hogares deshabitados, de cadáveres putrefactos de yeso y cemento.
Y mientras el engranaje va expulsando su bilis, enormes montañas de casas vacías están devorando el país. Estamos rodeados de hogares deshabitados, de cadáveres putrefactos de yeso y cemento.
Duerme acurrucado entre sábanas verdes y cualquiera podría sentir cierta envidia al mirarle. La sensación de calor, la delicadeza, el estado de sueño, el pelo desordenado sobre la almohada. Un aislamiento total del mundanal ruido.
Pero es una imagen con trampa.
El hombre que duerme está en el centro mismo de la diana, en el ojo de un huracán que está acabando con todo. El cristal de delante ha roto la magia y transforma el escenario en un cajero automático, habitación temporal de este hombre que solo quiere dormir porque ya ni siquiera se atreve a soñar.
Vivo en un país con más de cuatro millones de pisos vacíos y unas 30.000 personas que duermen al raso. La solución sería sencilla en un mundo normal con prioridades normales, pero no en el mío, amparado en el capital. Es la era de la vergüenza, el paraíso de la codicia en el que todo se debe comprar, también la justicia, la dignidad y la humanidad. Tanto tienes, tanto vales.
Y mientras el engranaje va expulsando su bilis, enormes montañas de casas vacías están devorando el país. Estamos rodeados de hogares deshabitados, de cadáveres putrefactos de yeso y cemento. De personas muertas en vida y otras que viven en muerte. Pero lo peor de todo es que ya nos estamos acostumbrando a ello. ¿No notáis el olor a podrido?