Turismo, negocio y Navidad
A mi no se me ocurre un plan más perezoso para un día de fiesta. No viajo en grupo y si lo hago, por ahorrar en el billete, me separo del colectivo según aterrizo.
A mi no se me ocurre un plan más perezoso para un día de fiesta. No viajo en grupo y si lo hago, por ahorrar en el billete, me separo del colectivo según aterrizo.
Lo reconozco. No me gusta la Navidad. Pero mis manías personales no me impiden detectar pasiones, amores o entregas interesadas a unas fechas como estas en las que se trufan sentimientos, creencias y puro negocio con su marketing correspondiente. Y la imagen de Manuel Silvestri es bella y elocuente. Cinco góndolas abordadas por turistas deseosos de inmortalizar con sus cámaras el momentazo.
Me lo estoy imaginando. Han viajado en grupos organizados. Han pagado una pasta. Se mueven en autobuses con guía, y en Venecia se sienten un poco liberados. A la fatiga de viajar en comandita le sumo que en la maleta se han llevado el traje de Papá Noel, o Santa, que es más americano. Supongo que las valijas iban a reventar. Anoche debieron cenar opíparamente en el hotel o en algún restaurante previamente reservado a través de la agencia. Y bebieron. Seguro que le dieron al litro, que desinhibe. Y se les ve felices, y remando, porque ya se sabe que aunque sea a contracorriente, la vida es remar y remar, aunque sea fiesta. Y nada que decir. Sobre gustos no hay nada escrito.
A mi no se me ocurre un plan más perezoso para un día de fiesta. No viajo en grupo y si lo hago, por ahorrar en el billete, me separo del colectivo según aterrizo. No me gusta vestirme de Papá Noel. Y menos aún pasear ataviado como Santa la mañana del día 25. Prefiero dormir plácidamente. Y huir de este tipo de fiestuqui organizada con serpentinas y confeti. Y no digamos nada si encima te ponen a darle al remo.
La Navidad se ha convertido en un gran negocio. Incluso aquellos para los que forma parte de unas creencias religiosas ven como lo espiritual queda en segundo plano frente a lo material. Y así nos luce el pelo. Mal. Turismo, negocio y Navidad. Una mezcla adictiva para la mayoría que a algunos nos genera un rechazo formidable. Aunque nos encanten Venecia y el Puente Rialto. Para otras cosas.