Días rojos. Y opacos.
En medio de mi aborigen de días rojos, aparece la opacidad. No hablo de color negro ni gris. Hablo de la completa oscuridad.
En medio de mi aborigen de días rojos, aparece la opacidad. No hablo de color negro ni gris. Hablo de la completa oscuridad.
Hace varias semanas escribí en esta misma columna un subjetivo llamado “Rojo” en el que explicaba lo que eran mis días rojos. ¿Qué es un día rojo? Un día rojo es aquel en el que asisto al resquebrajamiento del mundo segundo tras segundo a la vez que observo cómo la gente de mi alrededor se vuelve cada vez más perturbada y lunática mientras yo intento poner un poco de orden en mi vida, una vida que no sé muy bien si está patas arriba o patas abajo. Es aquel día en el que de repente se siente miedo y no se sabe porqué.
En medio de mi aborigen de días rojos, aparece la opacidad. No hablo de color negro ni gris. Hablo de la completa oscuridad.
La oscuridad que provoca la barbarie humana, capaz de matar por el hecho de que no te gusta lo que uno escribe, dibuja o pinta.
La oscuridad que provoca la falta de empatía y de respeto.
La oscuridad que provoca atentar contra la libertad de expresión, de divulgación y de formación.
La oscuridad que provoca la falsa creencia de que derramar sangre con un arma de fuego te da el poder.
La oscuridad que provoca la falsa creencia de que matando periodistas se mata la verdad.