Haremos lo que diga el Pueblo
Podemos no es malo por querer acabar con los toros, ni por tener entre ceja y ceja (ay la cejita) lo que huela a españolismo, sino por algo más profundo.
Podemos no es malo por querer acabar con los toros, ni por tener entre ceja y ceja (ay la cejita) lo que huela a españolismo, sino por algo más profundo.
Existe un temor creciente –y justificado- desde la gente corriente hacia Podemos y sus propuestas. La prensa, necesitada de titulares con gancho, encuentra aquello con lo que rascar para convertirlos en ogros. Quitarán la Semana Santa, prohibirán los toros, acabarán con los fumadores y terminarán con el fútbol. Cada uno de esos titulares viene acompañado del consiguiente escándalo, y poco después de la preceptiva rectificación. Que siempre usa la misma fórmula: “haremos lo que diga el pueblo”. Y ahí está el peligro.
Podemos no es malo por querer acabar con los toros, ni por tener entre ceja y ceja (ay la cejita) lo que huela a españolismo, sino por algo más profundo. No han sido ni los primeros ni los únicos en pretender estos fines, pero los medios entonces eran profundamente distintos. El peligro de Podemos se encuentra en la forma de hacer lo que quieren hacer, la democracia asamblearia. En el modelo que proponen, todos podemos votar sobre todo. Todo sería decidido por “el pueblo”, ese ente abstracto y casi espiritual que dirigiría nuestras vidas, que nos representa, y vincula a todos aún en contra de su voluntad. Pero la realidad no es tan sencilla. Yo no puedo decidir sobre qué hace cada uno en su casa –como fumar- o tratar de coartar la libertad de aquel que pide un permiso al Ayuntamiento y saca un desfile. ¿Quiénes son el 51% de los habitantes de su ciudad para prohibirle a usted sacar la Semana Santa? ¿O la cabalgata de Reyes? ¿O el desfile del Orgullo Gay?
El planteamiento asambleario es perverso desde su misma concepción. Todos no podemos votar sobre todo, ni nos incumbe. La democracia está al servicio de los intereses generales, de aquello que es necesario para la mayoría. De lo que vincula y es afecta al día a día de todos los votantes. No de que el 51%, si no gusta de los divertimentos privados del 49% restante, los subyugue en nombre “del pueblo”. Dejemos libertad para que cada uno sea quien quiera ser en su vida privada, que alquile una plaza y celebre en ella la Fiesta Nacional, o que fume en el salón de su casa lo que le venga en gana, timbrado por el Estado o no. En la libertad individual está la respuesta. No en convertir a media España en dueña de la otra media.
Y que nuestros votos sirvan para cosas más importantes que para decidir si Podemos o no sacar este año nuestras procesiones.