El porqué
El cielo. De noche. Un cielo estrellado. Lo observas invadido por una ola de calor veraniego mientras te embriaga el silencio en el foco más profundo del bullicio.
El cielo. De noche. Un cielo estrellado. Lo observas invadido por una ola de calor veraniego mientras te embriaga el silencio en el foco más profundo del bullicio.
El cielo. De noche. Un cielo estrellado. Lo observas invadido por una ola de calor veraniego mientras te embriaga el silencio en el foco más profundo del bullicio.
Todo es inmensidad. Tú estás ahí, copa de vino en mano, intentando que esa cortina azulada responda a las preguntas para las que no tienes respuestas o al simple y complejo interrogante, ¿por qué?
De repente a la velocidad de la luz algo se tiñe de rosa. Rápido, veloz, ágil. Pero como vino se fue. Sin inmutarse se desvanece. Frena. Para. Observa. Mira. Escucha.
Ahí tienes la señal. Otro color. Cuando menos te lo esperas llega ese cohete que te cambia las respuestas para que ahora busques las preguntas. ¿Por qué? Quizás porque no todo es negro ni blanco, ni tampoco azul ni rosa.
Pero que te voy a contar. Tú y yo sabemos que la teoría es muy simple, la práctica es otro cantar. Hablar es fácil, pensar difícil y actuar responde a la resolución de una ecuación propia de la física cuántica. Ahora entiendo por qué siempre acabo sin respuestas. Siempre se me dieron mal los números.