Podemos y Shakespeare
Una atmósfera shakesperiana llena de amores, odios, envidias y celos rodea la cúpula de Podemos.
Una atmósfera shakesperiana llena de amores, odios, envidias y celos rodea la cúpula de Podemos.
Una atmósfera shakesperiana llena de amores, odios, envidias y celos rodea la cúpula de Podemos. Las marchas por el cambio y el desgarro ciudadano siguen encabezados por una estructura narrativa capaz de cautivar a cualquiera. La paradoja clama al cielo: el partido de la calle no puede pisar las aceras sin provocar un huracán.
Algunos desconocen los nombres de los ministros, pero todos ponen cara a Pablo Iglesias, Iñigo Errejón y Juan Carlos Monedero. Ese “David contra Goliat”, ese “cambio desde abajo”, y esa política “robinhoodiana” convierten al gran círculo morado en una obra de teatro de ‘tirón’ asegurado; de principio atractivo, nudo apasionante, y un final más que esperado.
La crisis dibujó la tormenta perfecta para que Podemos, por medio de unos clichés igualitarios, jugosos y rentables –no menos alarmantes que los de los partidos convencionales– entrara en el ecosistema mediático con la fuerza de un tifón. Además, han sabido mantenerse. Cada uno ha creado un personaje interesante, con su propio vocabulario, forma de vestir y de andar, aunque todos terminen por decir lo mismo. El partido del ‘cambio’ va ligado a unos rostros concretos, sin los cuales no se entiende su existencia. La nueva democracia que persiguen es la misma que intentan destruir: muy pocos representando a muchos. El marketing emocional roza la perfección. Han cautivado mentes y corazones, que estando o sin estar de acuerdo, esperan ansiosos la apoteósica conquista del poder o una caída fulgurante. Las grandes historias no se entienden sin grandes finales.