Proust para entretenerte, Tintín para instruirte
Resulta curioso que a Tintín se le haya criticado por casi todo menos por abstemio.
Resulta curioso que a Tintín se le haya criticado por casi todo menos por abstemio.
Tintín es el periodista que todo periodista soñó ser: puede viajar, puede meterse en líos y –a cambio- no tiene por qué pisar la redacción o molestarse en escribir una sola página*. Quizá trabajaba tan poco que por eso siempre parecía joven. Con eso y los bombachos, apenas extraña que, en tiempos de sospecha, hayamos sido suspicaces con Tintín, a veces imperialista, a veces directamente xenófobo, tan belga que no puede sino huir de su país. Vaya usted a saber si no tuvo simpatías derechistas. Vaya usted a hurgar en la discreción de sus afectos con Haddock. Hay un Tintín del establishment, defensor de monarcas, cómodo en el mundo colonial, tan desdeñoso del ecologismo que en su aventura africana hará saltar a un rinoceronte por los aires. Resulta curioso que a Tintín se le haya criticado por casi todo menos por abstemio.
Con Llop y Castillo, con De Cuenca y Bonet, no puede decirse, sin embargo, que la causa de Tintín no haya tenido los mejores defensores, y que alce la mano quien no haya querido alguna vez merecer el elegante pasaporte de Syldavia. Como sea, quienes alguna vez miraremos atrás para decir “yo conocí el siglo XX”, tendremos ahí a Tintín a modo de espejo del siglo, como Tristram Shandy nos da el XVIII inglés o Balzac condensa la Francia del XIX. En Tintín está todo o casi todo, de Manchuria al Chaco, del crimen organizado a las crisis económicas, del colonialismo británico al caudillismo de tantos San Theodoros, siempre con el fondo del ojo y la mano de Vermeer para elevar el género. En la negra provincia de “Un soplo al corazón”, un hermano regala libros a su hermano enfermo: “toma, Proust para entretenerte y Tintín para instruirte”. Él también redimió su juventud con la “línea clara” de Hergé. Él también podría gritar “defiéndenos, Tintín, que nos atacan”.
*El gran Fernando Castillo, en su Tintín-Hergé: una vida del siglo XX (Fórcola), nos recuerda que en el primer álbum, Tintín en el país de los soviets, el joven periodista aparece en un trance propio de su oficio: en el agobio de cumplir con una entrega.