Cuando el "ranin" se llamaba correr
Ah, qué tiempos aquellos, en los que uno salía a correr, hacia series de 1.000, intervals de 400, cuestas o rodaba una hora larga sin más reloj que los latidos de su corazón.
Ah, qué tiempos aquellos, en los que uno salía a correr, hacia series de 1.000, intervals de 400, cuestas o rodaba una hora larga sin más reloj que los latidos de su corazón.
Hubo un tiempo, no muy lejano, en el que cuando le preguntabas a alguien qué iba a hacer el sábado por la mañana y el sujeto iba a salir a correr te contestaba: “pues voy a salir a correr”. Así, sin más, el pobre ignorante. Ahora no. Ahora el sujeto te dice “voy a hacer running” (ránin) y queda como un tío urbano, cosmopolita, cool. Si además de eso lee “El arte de la guerra”, tiene una pulsera cuentanosequé y se ha dejado barba, mejor huir, corriendo, claro.
Tengo la triste suerte de que uno de mis jefes es un “ráner”. Por lo tanto debo tragarme cada mañana una descripción detallada de sus entrenamientos de la tarde anterior. Algunos de ellos los adorna tanto que parecen terribles ejercicios de las fuerzas de operaciones especiales. Pero después, uno mira su Facebook y pone algo así como “Fulanito ha terminado una Runtastic carrera de 4,00 km en 24m 57s con #Runtastic”. Y me dan ganas de decirle “¿y para eso tanto escándalo y tanta cinta en el pelo y tanta zapatilla de 100 euros? ¿has ido andando o qué?”.
Ah, qué tiempos aquellos, en los que uno salía a correr, hacia series de 1.000, intervals de 400, cuestas… o rodaba una hora larga sin más reloj que los latidos de su corazón. Eran los felices 90 y no hablábamos de marcas de ropa deportiva, ni de geles milagrosos, ni del espíritu zen del fluir corriendo por la existencia. Por no saber no sabíamos ni el entreno del día siguiente. Es más, cuando se lo preguntábamos a Manuel Toja nos decía “mañana te lo digo, no te calientes la cabeza”. Pobrecillos, nosotros éramos simples corredores, sin un atisbo de genes “raner”.
Qué buenos tiempos, rodando de noche a la intemperie bajo una lluvia eterna en el puerto solitario de Coruña, entre enormes barcos mercantes que dormitaban cabeceando, calado hasta los huesos, pero rodeado de corredores de pura raza.
Uno de aquellos, fue olímpico. Pero este artículo se lo dedico a todos y cada uno de ellos. Allá dónde estéis, salud.