THE OBJECTIVE
Roberto Herrscher

Tranquilo: el gobierno decidirá en quién te reencarnas

Tú eres el máximo líder espiritual de una religión colorida y vitalista que se expandió por el centro de Asia, y que con la filosofía New Age se volvió un éxito planetario.

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Tú eres el máximo líder espiritual de una religión colorida y vitalista que se expandió por el centro de Asia, y que con la filosofía New Age se volvió un éxito planetario.

Prendes la tele y aparece el adusto Zhou Weiqun, director del comité de Asuntos Religiosos y Étnicos del máximo órgano consultivo de China. “La reencarnación del Dalai Lama debe ser aprobada por el Gobierno central, no por otros, ni siquiera por el propio Dalai Lama”, declara Zhou, leyendo un comunicado oficial. Apagas la tele.

Tú eres el máximo líder espiritual de una religión colorida y vitalista que se expandió por el centro de Asia, y que con la filosofía New Age se volvió un éxito planetario. Desde muy niño descubrieron en ti poderes que en la mayoría sólo sabe ver su madre.

Cuando los otros jugaban a los soldaditos, tú eras la reencarnación del gobernante supremo y jefe espiritual del Tibet, destinado a mandar sobre los cuerpos y las almas desde un palacio encaramado en una montaña en Lhasa, con mil habitaciones.

En 1950 China te despojó de tus poderes terrenales y te exiliaste. Tu vestimenta, de ese feliz anaranjado sin mangas, tu sonrisa bonachona y tu discurso que mezcla el agravio de un pueblo oprimido por un Imperio con una filosofía de bondad y paz te granjearon el favor de los poderosos y la admiración de almas buenas: ganaste el premio Nobel de la Paz y la medallas del Congreso de los Estados Unidos.

Llevas como Dalai Lama siete décadas, pero en realidad, como eres la reencarnación de los lamas desde 1391, sostienes sobre tus hombros más de seis siglos de poder, de ser la máxima autoridad moral de un orgulloso pueblo de montaña. Estás cansado.

Pero no podrás descansar. Los monjes ya peinan aldeas buscando al niño elegido. En él reencarnarás. El gobierno chino quiere elegirlo, sabe que su dominio del Tibet depende de tener a un lama afín en la siguiente reencarnación, y se abroga el derecho de elegirte un cuerpo para tu siguiente vida.

George Orwell y Aldous Huxley imaginaron, en 1984 y Un mundo feliz, un mundo totalitario donde toda tu vida estuviera controlada hasta la muerte. Este control sobre tus reencarnaciones, este no dejarte morir jamás, era inimaginable incluso para los atroces futuros de estos pesimistas, piensas ahora, mientras miras de reojo el único elemento moderno de tu atuendo ancestral: un reloj de pulsera que te marca las horas que pasan sin piedad.

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