Mi vestido, mi hijo
Las mujeres exhiben pancartas donde se lee: «Mi vestido, mi elección». Muy bien. Es de una lógica impecable. Sin embargo, no he podido evitar la comparación con el drama del aborto. En este caso, y siguiendo el mismo hilo argumental, la cosa sería: «Mi hijo, mi elección».
Las mujeres exhiben pancartas donde se lee: «Mi vestido, mi elección». Muy bien. Es de una lógica impecable. Sin embargo, no he podido evitar la comparación con el drama del aborto. En este caso, y siguiendo el mismo hilo argumental, la cosa sería: «Mi hijo, mi elección».
En Kenia, las mujeres protestan porque algún estatista fanático -como esos del PPSOE o de Podemos- ha prohibido el uso de la minifalda a las madres que llevan a sus hijos al colegio. Entonces las mujeres exhiben pancartas donde se lee: «Mi vestido, mi elección». Muy bien. Es de una lógica impecable. Sin embargo, no he podido evitar la comparación con el drama del aborto.
En este caso, y siguiendo el mismo hilo argumental, la cosa sería: «Mi hijo, mi elección».
Sería fantástico que los abortistas dijesen: «Mi hijo, mi elección». Estarían planteando la cuestión del aborto en sus términos más claros y precisos. Porque «hijo» es la palabra exacta que define al ser humano que la mujer lleva dentro. Uno puede elegir tener hijos o no. Es legítimo, es lógico, es, si quieren, natural. Pero cuando el hijo ya ha sido concebido, hablar de elección -«choice» dicen los abortistas foráneos- supone que la única alternativa lógica, legítima y natural, es tenerlo. La otra opción es, simplemente, asesinarlo.
En fin, oigan, que les regalo el slogan a los «pro-choice» del mundo: «Mi hijo, mi elección». A ver si lo adoptan, que es lo que deberían hacer con los hijos «no deseados». La frase es tan verdadera como «mi vestido, mi elección». Incluso en el sentido de que vestido e hijo son dos elementos distintos al cuerpo de la mujer. Aunque me temo que a los abortistas les gusta más cuidar de sus vestidos que de sus hijos. Los vestidos son cosas; et voilà, he aquí que las musas me brindan una elegante metáfora de la tendencia totalitaria a «cosificar» a todo aquel que se desea eliminar, sea un niño, un judío o un cristiano.