Espíritu rojiblanco

El espíritu que me anima habita en la fiereza de las panteras, pero también en la lentitud de los caracoles; late en las mareas más oscuras, pero puede intuirse en el dormir rítmico de los bebés.

Soy un hombre sencillo, con aristas producidas por años de servicio en las trincheras embarradas de muchos trabajos; un hombre sin más, uno “como cualquier otro” como se cuenta en la escena del puente de “El tercer hombre”.

Tengo mis heridas, producidas por corazones afilados y las cicatrices de ausencias permanentes y nostalgias que se enredan como neblina en el alma y que sólo se disipan con licor café.

Pero tengo un espíritu marcado por el rojo y el blanco, un espíritu que me hace diferente y me aporta una manera propia de estar en el mundo. El espíritu rojiblanco me vuelve luchador, encajador, resistente, fuerte, sereno y digno.

El espíritu que me anima habita en la fiereza de las panteras, pero también en la lentitud de los caracoles; late en las mareas más oscuras, pero puede intuirse en el dormir rítmico de los bebés. Me hace saber cómo son las cosas en realidad, a aceptarlas tal y como son; pero también me dice que pueden cambiarse a mejor.

Madrugo y veo las calles tristes, mojadas y solitarias. Se intuyen amores rotos en las esquinas. Trabajo, amo, acaricio, anhelo, voy, vengo, vivo, obedezco, sueño. Pero al llegar la noche acuno mi esperanza con el mimo de quien cuida algo íntimo, delicado y secreto.

Porque sé que cuando uno se une a otros miles todo es posible, y el aire se llena de voces alegres, y aprendemos que intentarlo juntos una vez más es una de las formas sublimes de la felicidad.

Porque el sentirse juntos ya merece la pena, como caballos enganchados todos a la misma cuadriga. Juntos, siempre, porque…¿y si fuera esta la noche? ¿y si fuera éste el año? Quien sabe.