Acuarela de Brasil
Su peinado impecable, sus ojeras maquilladas, su rígido traje sastre, sus sobrias joyas, no parecen ir a tono con un gobierno de relajos financieros, carnaval de coimas y extorsiones, de reparto de botines. Una gestión que revela el verdadero talante de empresas ícono para las ambiciones de la octava economía del mundo.
Su peinado impecable, sus ojeras maquilladas, su rígido traje sastre, sus sobrias joyas, no parecen ir a tono con un gobierno de relajos financieros, carnaval de coimas y extorsiones, de reparto de botines. Una gestión que revela el verdadero talante de empresas ícono para las ambiciones de la octava economía del mundo.
El vértice de sus labios parece concentrar el universo de escándalos que minan su gobierno. Es que la corrupción en cadena no le da tregua tampoco en esta segunda presidencia. Son del tamaño de ese “Brasil brasileiro”, tan redundantes como la frase de orgullo de este país empeñado en salir del tercermundismo sin lograrlo.
Es una contrariedad sin límites, una lluvia de problemas que ya no caben en la gestión de la debilitada presidenta. Solitaria, tan desdibujada como el propio fondo de la foto que enmarca su figura marchita, la dama dura del Partido de los Trabajadores (PT) mira hacia abajo, enfocando alguna idea perdida, algún recuerdo huidizo, alguna orden incumplida.
Su peinado impecable, sus ojeras maquilladas, su rígido traje sastre, sus sobrias joyas, no parecen ir a tono con un gobierno de relajos financieros, carnaval de coimas y extorsiones, de reparto de botines. Una gestión que revela el verdadero talante de empresas ícono para las ambiciones de la octava economía del mundo.
Como su predecesor, Lula da Silva, Dilma había logrado ponerse a salvo de este desfile de denuncias, de esta marea que ha venido llenando de agua a Brasilia, sus ministerios, dependencias y empresas públicas. Ahora el lodo parece estar subiendo hasta el mismísimo palacio de Planalto, sede del atribulado poder Ejecutivo, y está corroyendo el trono.
Por estos días, los arrestos más destacables incluyen al tesorero del PT, Joao Vaccari, mientras la propia Contraloría (Tribunal de Cuentas de la Unión) dice que el gobierno federal mal usó 12.000 millones de euros para adornar sus cuentas.
El mayor problema para Dilma, de personalidad recia y poco inclinada a las medias palabras, es el propio poder, que como se sabe, es para ejercerlo.
Se supone que un gobernante debe estar al tanto de todo, alerta para que no le marquen un penalti mal colocado, para que no le inventen una falta en el área chica, para que no le tomen por tonto. Tal vez esa sea la síntesis de su rabia, de esa contrariedad encerrada en unos labios que parecen a punto de estallar en improperios. O de silbar una “marchinha” de carnaval, como esas de Ari Barroso, que datan de una época en la que ya se decía que Brasil era el país del futuro “y continuará siéndolo”.