THE OBJECTIVE
Omar Lugo

París Hilton y su puto perro

Todos los medios en centenares de países lo reseñaron debidamente, miles de tuits recorrieron las redes, las colecciones de fotos históricas de Tinker volvieron a tono en Instagram y en Facebook. Llovieron los mensajes de condolencias, los comentarios con el profundo dolor que produce ver partir a uno de los canes más ricos y famosos del mundo.

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París Hilton y su puto perro

Todos los medios en centenares de países lo reseñaron debidamente, miles de tuits recorrieron las redes, las colecciones de fotos históricas de Tinker volvieron a tono en Instagram y en Facebook. Llovieron los mensajes de condolencias, los comentarios con el profundo dolor que produce ver partir a uno de los canes más ricos y famosos del mundo.

Es una noticia de primera página para las revistas del corazón y los portales rosa. La pobre París Hilton está triste, muy triste, acongojada porque murió Tinkerbell, su perrito que tuvo una longeva vida viajando en una Fendi como parte del jet set mundial.

Tiene mirada de aristócrata inglés, no mexicano. Encara la cámara con sus ojos penetrantes, como desafiando a los paparazzi que lo capturan en la intimidad del pecho de su dueña. Vivió lo que tenía que vivir, pero hasta los animales mejor cuidados tienen plazo. No importan los perfumes de marca, los collares de Tiffanys, ni los mejores veterinarios.

Hacía juego el perro con la dueña. Era como un accesorio más, combinaba con el forro del teléfono, con las gafas Chanel, con el cabello teñido, con las uñas sin esmalte.

Es una de esas noticias que pueden cambiar el mundo, que modifica el curso de las cosas, el destino de los hombres, el futuro que se aproxima.

Todos los medios en centenares de países lo reseñaron debidamente, miles de tuits recorrieron las redes, las colecciones de fotos históricas de Tinker volvieron a tono en Instagram y en Facebook. Llovieron los mensajes de condolencias, los comentarios con el profundo dolor que produce ver partir a uno de los canes más ricos y famosos del mundo.

Menos mal que hoy existen los medios digitales, con su infinito espacio y su elasticidad para conseguirle lugar a todo.

Porque en otros tiempos, la foto de primera página de los periódicos y revistas semanales indudablemente hubiera tenido que ser cedida al perrito y al rostro compungido de una mujer, no llorando en la arena de una playa del Mediterráneo, sino en Bevery Hills, Londres o París,  bajo las candilejas de los flashes, las lágrimas ocultas por sus gafas oscuras.

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