Suicidarse o rezar
Los jovencitos occidentales, gracias al libertinaje promovido desde las logias, andan por ahí adorando a satán sin ningún rubor y con toda la inconsciencia de sus pocos años.
Los jovencitos occidentales, gracias al libertinaje promovido desde las logias, andan por ahí adorando a satán sin ningún rubor y con toda la inconsciencia de sus pocos años.
Irán prohíbe los peinados «punk», los tatuajes, la depilación de cejas masculina. Las autoridades quieren luchar contra los cultos satánicos. Y yo aplaudo la iniciativa. Los jovencitos occidentales, gracias al libertinaje promovido desde las logias, andan por ahí adorando a satán sin ningún rubor y con toda la inconsciencia de sus pocos años.
Estos jóvenes son víctimas de verdaderos diablos que visten traje y corbata y frecuentan salas con el compás y la escuadra y los mandiles. Pero ni los demonios trajeados ni los niñitos «punk» han llegado, ni llegarán nunca -porque carecen de valor y de testículos suficientes-, al nivel de degradación moral que alcanzó el escritor Joris Karl Huysmans, aventajado discípulo de Emile Zola. Huysmans se hundió en todos los infiernos. Su amigo Barbery d’Aurevilly llegó a decirle: «No le queda más que escoger entre la boca de una pistola o los pies de un crucifijo.»
Huysmans eligió la Cruz. Y, naturalmente, fue excomulgado por la progresía masónica de la época. Hoy es un olvidado. Un maldito que nos recuerda que Irán tiene razón; que Occidente no solo ha renunciado a la Cruz, sino que se ha postrado, desnudo e impúdico, a los pies de lucifer. Este Occidente que se ríe de todo lo sagrado y se burla de todas las religiones merece que la boca de una pistola le reviente las entrañas. A ser posible por abajo. Igual muere de gusto.