El niño de la maleta
Pero el escáner lo detectó al instante. Ahí acurrucado, con la esperanza de que nadie lo encontrara. Era una especie de escondite inglés infantil, pero con un desenlace previsible. Los policías del control no podían mirar para otro lado.
Pero el escáner lo detectó al instante. Ahí acurrucado, con la esperanza de que nadie lo encontrara. Era una especie de escondite inglés infantil, pero con un desenlace previsible. Los policías del control no podían mirar para otro lado.
La imagen del escáner es brutal. No se me borra de la memoria. Es imposible renderizar la conciencia. El niño marfileño de 8 años acurrucado en un diminuto espacio, sin casi poder respirar, escondido para pasar la frontera en Ceuta, es una bofetada moral para la humanidad.
Hasta ahora había visto casi todo. Pero esta es la imagen de la desesperación, de la miseria, de la búsqueda de un futuro mejor. Abou, así se llama el pequeño, quería volver con su familia, ya en Canarias. Posiblemente llevará tiempo soñando con sus playas, sus platos típicos, niños de su edad con los que jugar. Un futuro hasta ahora impensable para él.
Pero el escáner lo detectó al instante. Ahí acurrucado, con la esperanza de que nadie lo encontrara. Era una especie de escondite inglés infantil, pero con un desenlace previsible. Los policías del control no podían mirar para otro lado.
Seguramente esta historia acabe un día en una película –no me extrañaría- oscarizada. El drama de la inmigración crece día a día. Muchos sudafricanos pierden la vida a diario en un intento desesperado por dejar atrás la miseria, el hambre o la esclavitud.
En patera, en los bajos de un camión o en una maleta. Pagando con todos sus ahorros a mafias despiadadas que viven de la desesperación de sus congéneres. Una situación que parece no tener fin.
Sólo el ahogamiento masivo de inmigrantes y escenas verdaderamente desgarradoras han empezado a despertar las conciencias de nuestra querida Europa y sus organismos. El propio Papa Francisco viajó en su momento a Lampedusa para condenar públicamente esta penosa e injusta situación.
Historias como la del pequeño Abou deben salir a la luz, no pueden quedar en una imagen escalofriante y ya está. Debe remover conciencias y promover acciones, o lo terminaremos lamentando todos.
Bienvenido, Abou.