Modelos de alma
No he tenido la suerte de coincidir con personas con discapacidad intelectual tan a menudo como hubiera deseado. Hablo de suerte, sí.
No he tenido la suerte de coincidir con personas con discapacidad intelectual tan a menudo como hubiera deseado. Hablo de suerte, sí.
No he tenido la suerte de coincidir con personas con discapacidad intelectual tan a menudo como hubiera deseado. Hablo de suerte, sí. Ahora, por cuestiones profesionales, estoy con alguna frecuencia más cerca de ellas. No haré literatura: lo que recibo siempre es amor. Un abrazo sincero, un saludo afectuoso, un interés desinteresado por mi persona y por mis cosas, un consejo sencillo y profundo a la vez. Porque la discapacidad de estas personas se limita, en una gran mayoría de los casos, a lo intelectual y físico. El alma la mantienen limpia, como cuando la estrenaron. Son modelos de alma.
Me alegra, pues, que una chica con síndrome de Down haya decidido ser modelo. Es un ejemplo de vida. De vida normal, plena, con sus problemas, claro, pero con sus alegrías, ilusiones, proyectos, amores,… Porque la vida es más poderosa que la muerte. El mal, como dijo Benedicto XVI, nunca, nunca -y elevó la voz para repetir: nunca- tiene la última palabra. El mal se llama en estos casos «cultura del descarte». A estas personas, muchas veces, se les impide nacer. Y la humanidad pierde una presencia que, en su aparente debilidad, no es sino la manifestación de un amor infinito.
Post Scriptum: «Él es el enfermo, el leproso, el preso, el desvalido, y eso significa que en el pobre ser que somos todos cada carencia es una forma de presencia de Dios: quien no lo comprenda así nunca entenderá nada del cristianismo». André Frossard.